lunes, 25 de agosto de 2014

Octavio Paz: Cartas del peregrino.

La enorme cantidad de correspondencia que ha sido publicada de Octavio Paz (5 libros), da muestra del enorme intelectual, el gran crítico, el poeta universal, el amigo leal y el callado promotor cultural que fue. De todos estos aspectos son tres los que más reclaman mi atención: El amigo, el promotor y el intelectual.
Al principio, en sus cartas de juventud, vemos las difíciles circunstancias económicas a las que se enfrentaba, los sacrificios que hacía. Siempre dispuesto a dar la cara por su obra, aunque incluso tuviese que poner algo de su bolsa cuando nadie se interesaba por su poesía y su prosa.
Poco a poco el joven se convierte en adulto y con ello su obra madura, crece y se irriga por el mundo, se vierte en infinidad de lenguas: se universaliza. Nunca más el joven poeta mexicano que salió del país con más incertidumbres que certezas. Ahora era un poeta que le pertenecía al mundo.
Supo ser un amigo respetuoso, admiraba a sus interlocutores: Eran sus pares. Desde la distancia, supo mantener un diálogo continuo, ininterrumpido. La epístola: puente flotante. Su carácter, cándido e incendiario a un tiempo, siempre dejó los oídos abiertos a los consejos y a las críticas: sabía escuchar. También era generoso al hablar, nunca negó una opinión. Impulsó, incansablemente, a los jóvenes escritores de todas partes, pero particularmente a los mexicanos: Tomás Segovia, José Emilio Pacheco, Carlos Monisváis, entre tantos. Metía las manos al fuego por ellos, luchaba por el espacio que les pertenecía y por el reconocimiento de su voz.
Resultan innumerables sus recomendaciones librescas, poseedor de una cultura admirable, acercaba a los autores nuevos a diversos editores, particularmente a Orfila y a Díez-Canedo. Sus cartas con José Luís Martínez  revelan cuántos y cuántos proyectos se trazaron en favor de la cultura en México. La correspondencia tanto con Tomás Segovia y Pere Gimferrer son un abanico de libros, intereses, autores, confidencias: memoria. Con Alfonso Reyes hay, ante todo, admiración, deuda, agradecimiento.
Su carácter  polémico no sólo era un gesto del enorme animal político que era en sus entrevistas, ensayos y apariciones en público, también estaba en la confidencia. Miraba de frente, confrontaba, invitaba: su sino era la polémica. Celebraba los triunfos de sus amigos, pero señalaba las flaquezas. Para él, exigía el mismo trato de todos ellos. No era, nunca lo pretendió, un santo. Era un hombre de pasiones: lo movían las pasiones. Era impulsivo y su inteligencia, aplastante.
En estos libros no caben las imposturas, todo lo allí vertido se hizo en la intimidad y la confidencia: en complicidad. Nadie esperaba que algún día aquellas líneas se hicieran públicas. Páginas y páginas de verdades desnudas: francas.
Su correspondencia es, en suma, su mejor autoretrato, su mejor crítico, su mejor testigo y su mejor juez.

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