martes, 28 de junio de 2011

Jorge Ibargüengoitia - Los relampagos de agosto


Esta primera incursión que hago en la obra de Jorge Ibargüengoitia ha resultado ser sumamente satisfactoria y clarificante. Ya hacía tiempo me habían invitado insistentemente a meterme en el mundo irónico de esta suerte de contracrónicas de la Historia de México que escribe el oriundo de Guanajuato. La novela histórica mexicana -que huelga decir que en su totalidad parte de “Los de Abajo”, novela de Mariano Azuela- está marcada por la sangre, la muerte cruel, el desgarro; siempre aumentada o disminuida, falsa o verdadera, con el objeto de denunciar o proteger, pero toda ella envuelta en el afán historicista de la precisión de datos, fechas, personajes, lugares. Ibargüengoitia alejado de esa tradición, ficciona, remueve, tuerce, modifica. Él es un escritor no un historiador; narra, no reconstruye (aunque la reconstrucción histórica casi siempre es una narración), humoriza, ironiza. En suma, su obra es más literaria que periodística, más ficción que realidad.

Los Relampagos de Agosto (su primer novela) fue publicada en 1964. En esta historia, construida a partir del asesinato del Presidente electo Álvaro Obregón, que para objetos prácticos aquí se llama Marco Gonzáles, se nos presenta la traición que sufrieron un grupo de revolucionarios a manos de un gobierno vengativo y codicioso. Todos los personajes, las batallas, los sitios donde tuvieron lugar, han sido modificados a propósito ¿qué carajos importa si una batalla ocurrió en Chiconcuac o en Huejutla? El humor de esta narración que lleva bajo el siempre inamovible semblante de “ya valió madre” un personaje llamado Lupe, es maravilloso y genialmente sencillo mas nunca simple. En ocasiones parecerían las memorias de un borrachito que cuenta amargamente el día que su mujer lo mando a la chingada. En este caso no es un borracho sino un Comandante y no fue su vieja quien lo mando a la chingada sino su patria o lo que él así entiende. Carente de toda forma azotada de ver ese periodo revolucionario de nuestra historia, muestra y entretiene en menos de 140 páginas.

De narración fluida, la lectura nos atrapa desde sus primeras líneas. La relajada forma en que suceden las cosas, lejos de descafeinar los hechos, los remarca. Los personajes son plenamente reconocibles, ya en sus formas definidas, ya en sus diálogos audaces. Siempre un guiño descarado, igual que la novia que se presenta de negro ante el altar. Ibargüengoitia me ha resultado un escritor del cual estoy seguro no me voy a desprender. Es conservador en sus formas (cosa ajena a mí) pero eso no le resta su capacidad autocrítica. Es difícil encontrar gente que más allá de sus convicciones morales, sociales, religiosas, etc., tenga la capacidad de penetrar del tal forma en las morales envolventes de un pueblo y remarcar sus fallos, sus hipocresías alevosas, él afortunadamente, no está cortado con la misma tijera.

lunes, 20 de junio de 2011

Jorge Luis Borges: 25 años sin su presencia





Un lugar aparte merece entre la Historia de la Literatura Universal Jorge Luis Borges. Aquel hombre bucólico, frágil, de carácter retraído que al paso del tiempo –su ausencia no atenúa la distancia– cobra más y mayor fuerza en su andar difuso y accidentado sobre el camino nebulosos de los días. Su proceder, casi artesanal, sobre las páginas del lenguaje sigue resultando para muchos un misterio más atractivo, que la resolución del misterio en sí. Todo lo que había en Borges era literario y por ende, estético; el vivir literariamente lo transfiguro en un hombrecillo ciego y tímido hasta el anonadamiento capaz de convertir en realidad todas sus experiencias literarias, como cualquier otro de sus personajes. Es muy probable que Borges sea precisamente uno de esos personajes que construyo el autor único de toda obra. Si una gota de agua contiene todo el mar, si una oración posé todo lenguaje, un autor es a su vez, todos los autores. Este juicio puede ser testigo de la universalidad de su obra, de su capacidad de asombrar a todo el mundo.





Se llama Jorge Luis Borges y vivió en Argentina incluso cuando vivió en Europa. Su primero libro de poesía titulado Fervor de Buenos Aires es la gran muestra de la intimidad y el apego que tenía por su tierra, por sus calles, incluso las desconocidas, las que apenas podía imaginar desde la fría ciudad de Ginebra: Las calles de Buenos Aires/ya son mi entraña./No las ávidas calles,/incómodas de turba y de ajetreo,/sino las calles desganadas del barrio,/casi invisibles de habituales,/enternecidas de penumbra y de ocaso/y aquellas de más afuera/ajenas de árboles piadosos/donde austeras casitas apenas se aventuran,/ abrumadas por inmortales distancias,/a perderse en la honda visión/del cielo y la llanura. Pero hay también otro Borges, uno que vive en un mundo único y que es inmortal, que sueña y crea mientras es creado en un sueño soñado. Un Borges que se deleita en la tranquilidad del estudio y la contemplación; que orbita la estrella de algún planeta errante que ilumina, con luz propia, los pergaminos de la historia universal de la infamia. Un Borges nostálgico que acepta valerosamente su sino de ser consumido lentamente por el recuerdo de otro Borges que se ha convertido en una figura casi legendaria perpetrada en la importancia de una sombra en el atardecer.






De Borges podríamos decir lo mismo que él dijo sobre Valery, que “en un siglo que adora los caóticos ídolos de la sangre, de la tierra y de la pasión, prefirió siempre los lucidos placeres del pensamiento y las secretas aventuras del orden”. Pero la ignorancia y la malicia se han encargado de deformarlo al punto de la burla. Su delicado sentido del humor y sus travesuras intelectuales a más de dos a dado escozor y por ello la conveniente relación de judíos y palestinos que trazaron con su obra.






Dedicado lector y amante devoto de los misterios del mundo vistos mediante los ojos de la filosofía alemana y convertidos en figuras literarias por sus bondadosas formas de construir realidades menos atafagas. Valoró siempre por sobre el contenido sustancial de las corrientes filosóficas, religiosas y políticas, todas sus capacidades estéticas, todo su potencial culturalizante y sensible.






Son ya 25 años de su adiós definitivo (14/06/86) y si bien su muerte todavía nos llena de nostalgia, la vida rozagante de su obra no enternece aún más que la distancia de su presencia. Borges vive en la totalidad de su obra, desde el barroquismo primigenio hasta en la exuberante elegancia de su estilo. Su imaginario a la vez complejo e íntimo, nos envuelven y acercan a él igual que su voz pausada, baja y distraída. El onirismo de sus fábulas sobrecoge. Tlon…, la patria idílica donde tal vez radicaba aquel Borges que escribe que sueña que escribe, nació de un profundo coma, mismo en el que nos sitúa al ponernos entre dos espejos. Las Ruinas circulares donde un hombre crea en sueños a otro, sólo para descubrir que es soñado por un tercero, separa y unifica al lector/autor/personaje; o como en El Inmortal, donde Borges es a su vez Flaminio Rufo, ex tribuno militar en las legiones de la Roma Imperial, guerrero en Stamford en el 1066 con los ejércitos de Harold o un escriba en Bulak en el sigloVII de la héjira o un ajedrecista en Samarcanda. Borges es y no es, esta y no esta y esto tal vez se deba, cómo el mismo lo confesó en La Esfera de Pascal, a que la historia universal no es más que la historia de unas cuantas metáforas y con ellas el hombre inmortal a podido crear al hombre mortal que sueña con una biblioteca exagonal que contenga todas las obras del mundo y con ello, quizá un poco de tranquilidad en el eterno ocaso del Aleph.