miércoles, 31 de diciembre de 2008

Del culto al cuerpo

Invadidos por el espíritu navideño y la cruda resultante –y ya casi por terminar el Guadalupe-Reyes-, este país se ha inundado de ruido, basura por supuesto, pero aún más importante: de vomito. Con las tentaciones de San Fornicio y San Gulicio acechándonos detrás de cada posada, de cada grito, de cada cuete lanzado por estos terroristas disfrazados de niños, existe un dolor indescriptible, el de las anoréxicas y bulímicas que al no poder resistirse a la tentación de los romeritos, las tostadas de pata, el tradicional (ya ven que somos gringos wanna be) pavo relleno de cuanta madre se le ocurra a nuestra progenitora, se ven en la odiosa necesidad de autodestruir su cuerpo y con él, su autoestima. Hablemos pues del culto al cuerpo.

Y es que resulta increíble el poder que ejerce la sociedad sobre las personas, sobre todas en general, pero particularmente sobre las adolescentes. Con esta retrograda idea de belleza que transmite Televisa y Televisión Azteca y cualquier revista en general, nos estamos llenando de jóvenes con ganas de morirse y eso, sin duda, es lo peor que le puede pasar a una sociedad que se dice civilizada y moderna. Es la evidencia tajante de cómo hemos fallado como padres, la evidencia de que mientras nuestros hijos andan quién sabe dónde y quién sabe con quién y quién sabe haciendo qué, nosotros estamos felices en la casa, sentados, descansando de la chinga de todo el día, sin ser molestados por los reportes de la secundaria o la primaria o lo que sea, estamos ahí, cómodamente mientras no vengan a chingarnos que quieren dinero. Y por supuesto que merecemos descanso, no es fácil salir a ganarse el dinero, pero cuando priorizamos los bienes materiales y la acumulación de riqueza, en mayor o menor medida, renunciamos al derecho a preguntar: ¿por qué a mí Dios mío?, el día que encontremos a nuestros hijos muertos en sus camas por una sobredosis de antidepresivos o en el baño con las venas abiertas de lado a lado o colgados en el closet de la recamara, no preguntemos por qué. Si señores, porque pensamos que mientras les entreguemos el dinero suficiente para vestirlos, “educarlos” y cubrir alguno que otro lujo estamos cumpliendo; estamos completamente equivocados y no tenemos idea del daño que les hacemos. Porque preferimos salir a echarnos unas chelas con el compadre, mientras nuestras hijas ven la novela de las seis, Rebelde o la que sea que transmitan, donde abiertamente se discrimina, por clase, raza o credo, y que esos pendejos a su vez, piensan que por poner un personaje buena onda que si le habla a la chava morenita, jodida, que viaja en pecero al colegio, donde esta becada, están poniendo el ejemplo, están hasta la chingada de pendejos, pinches retrogradas analfabeta. Pero con todo y eso, los ejecutivos de cualquier televisora pueden poner la jeta de su mamá intentando cagar con un estreñimiento de tres días si se les da su chingada gana, al final, los responsables seguimos siendo nosotros, por no poner atención en lo que ven nuestros hijos, por no enseñarles a diferenciar la realidad de la ficción. Nosotros somos los responsables de la depresión de nuestra hija porque ella es la única de todas sus amigas que no tiene un IPod o una Lap Top con foquitos y musiquita o el chingado celular que lo único que le falta es aprender a servir café. Por su depresión de que es gordita y vive en el Morelos o en la López Portillo y no en Los Bosques o en el Campestre. O de nuestro hijo, porque la güerita de la clase no lo pela porque siempre llega con la ropa manchada de grasa, porque en su casa no alcanza el dinero, porque su papá prefiere pagarle unos tequilas a las putas del burdel más cercano, que comprarle -de jodido- una plancha a su mujer que ya camina toda jorobada de tanto planchar ajeno cuando los dolores de las madrizas que le puso el muy macho éste, la dejan trabajar y siendo que además de todo esto es ella la que realmente mantiene el hogar. Ahí esta la verdadera bronca, cuando las niñas quieren copiar un modelo de vida, que les han vendido como el deseado, el optimo, como el si-no-te-vistes-o-hablas-o-te-mueves-de-una-manera-vete-a-la-chingada, pues ni madres, que sean ellos los que se van a la chingada. A mi me encanta verme al espejo y decir: que contento estoy conmigo, a decir: que chingón culo tengo. Pues señoritas de buen culo, cuídenlo y no se lo anden dando a cualquiera o si dénselo, al final a mi me vale madre, lo que si no se pueden permitir es perder ese tremendo culo que la mano de dios, del wey del gimnasio que las entrena, o del pinche cirujano plástico que las opero les dio, porque sin él no valen madre, no tienen más valor que una pinche bolsita de gansito tirada y hasta despreciada por los perros.

Y ahora, en la navidad, hermosa época para contagiar a todos con nuestro amor, con nuestra humildad que tan bien aprendimos del pinche carpintero ese, lo que más hacemos es criticar a la gordita de la oficina cuando se come su duro preparado con cueritos y crema y nos reímos a su espalda, porque ese suéter que trae puesto la hace ver, aún más gorda. Y nosotros hombres, que no nos quedamos atrás en el asunto de la crítica y que nos cagamos de la risa del pobre de Manuelito, el del aseo, sí, Manuelito el de intendencia que siempre nos echa la mano y nos habla de licenciado cuando ni la puta preparatoria terminamos, el que limpia el café que derramamos en el escritorio porque ni eso podemos hacer, de él nos burlamos porque llegó a la posada de la empresa y se llevo su comida a su casa en platitos desechables, para compartir esa cena con quienes si lo quieren, con quienes no lo humillan por no saber leer o escribir. Qué chingona es la navidad, qué chingones sentimientos despierta en la gente.

Y ahí estamos pretendiendo ser quienes no somos, matándonos en el gimnasio para tener el abdomen de Brad Pitt o las nalgas de Jennifer López, bueno a mí me encantaría tener las nalgas de Jennifer López, el caso es que ahí están todos tragando pastillas y alimentos bajos en grasas y carbohidratos y llevando nuestro cuerpo a un estado lastimero. Vemos jovencitas de 18 años que pesan lo mismo que una de 10 y luego sale una artista con el cerebro de… perdón, es que cualquier animal o planta tiene más cerebro que ella; sale Mariha Carey, diciendo que envidia a las africanas por lo esbelto de su figura, chingas a tu madre puta retrograda, ojala y de la Estación Espacial Internacional suelten un retrete y te caiga en la cabeza para que por fin te pongas un accesorio que si te combine con lo que tienes por cerebro. Que tristeza que nuestras hijas e hijos, estén imitando a estas personas o a Britney o quien ustedes quieran. Pero, otra vez, el día que sepan que su hija apareció en You Tube en una orgía africana mientras se la cogían 8 negros y ella quedo embarazada y no sabe ni de quien, ese día no nos lamentemos y preguntemos por qué, nosotros sabemos por qué, es más, nosotros somos los responsables de ese por qué. Feliz año nuevo y todas las mamadas de rigor.

lunes, 22 de diciembre de 2008

Del amor y otras mercancías

Hace unas cuantas noches me desvelé viendo una película romántica, marca "coma-diabético" instantáneo. Era la típica historia de dos personas que se aman por sobre todas las cosas que les pasan durante las dos horas y media que dura la película, de esas parejas que se aman desmedidamente y dan la vida por el otro y cuanta pendejada dice uno cuando esta enamorado. Es una de esas tramas que no funcionan si a la mitad no pasa un malentendido del tamaño de Júpiter que termina por separarlos, para que –inevitablemente- como jalados por una fuerza superior, cósmica y cuanta chingadera se les ocurra, los reunirá para que por fin –y de una buena vez- el amor triunfe. Estaba viendo este desfile de marihuanadas de viernes por la noche y pensé: sería bueno escribir sobre el amor. Me pase unas cuantas horas buscando cómo comenzar esta particular tarea hasta que me dí por vencido y no volví a pensar en el tema hasta ahora. Buscaba y buscaba –sin lograr mucho la verdad- palabras que engalanaran tan relevante tópico, una frase –al menos- que diera pié a introducirnos a este tema tan crucial para todo ser humano con acta de nacimiento endosada a nombre de Coca Cola Company S.A de C.V. ¡Qué mamadas! Pues es que el amor es algo que no se puede describir con la demagogia tradicional de catorce de febrero. Decía el buen Jaime Sabines -tan letrado en este tema-, que no se puede decir el amor y coincido con el señor, además que agregaría: Que no podemos sentir el amor. Pero no se alteren ni se desgarren las vestiduras diciendo “¿qué le pasa a este pendejo, está loco o qué fumó?”, no hay que ser alarmistas, que no se trata de ser un Schopenhauer cualquiera, sin embargo considero, que todos los humanos postmodernos-neocapitalistas-alternativos-soy-bien-chingón, estamos fisiológicamente predispuestos a no sentir el amor y lo que sí sentimos, es esa mezcla parte idiota, parte retrasado mental, que nos venden Televisa y Televisión Azteca. Uno nunca va a sentir ese amor en carne viva a la Romeo y Julieta, mercancía para escritores y mercachifles, no, jamás, lo que sentimos no es más que una serie de convencionalismos políticamente correctos, que nos permiten –¡nos permiten!- ser socialmente aceptados, nos permite llevar a cabo todas y cada una de nuestras tareas del correcto desarrollo moral y cívico, necesidad básica para aparecer en la sección de sociales donde te legitimas como gente bien. ¿Pero de dónde salen tantas mamadas? Hasta donde a mi me toca ver, todo lo aprendemos en un lenguaje perfectamente diseñado para crear en el inconsciente colectivo reacciones, emociones, sentimientos, pensamientos, todo eso y más. Luego alguien viene y te dice que el amor es algo que sentimos todos por algún particular de no tan malas proporciones, le atribuimos características particulares –al amor quiero decir-, para después conferírselas a dicha persona previamente seleccionada, no al azar pero poco falta, además que todo esto se complementa con alguna virtud escondida y algún defecto incierto. Y a todo esto sumémosle que somos buenísimos para encontrar cosas donde no las hay, pues todo ese cuento que nos meten con taladro en el centro del hipotálamo, pues no tardamos en ver weyes de quienes enamorarnos en cada esquina como quien se rasca una nalga cada que le da comezón. ¡Qué limitados de imaginación!, ¡qué cortos de mente somos! chingao. A que vienen todas estas idioteces, pues que forzosamente nos toparemos en la calle con cuanta Barbie pirata queramos y ellas encontrarán un chingazo de Kenes región cuatro para enamorarnos.

¿Y luego? ¿Qué sucede?... Si nos ata un lazo afectivo (ideológico diría yo), con esa persona, que irremediablemente con el paso de los días, las memorias de ambos tenderán a con-fundirse, a volverse una misma memoria. Poseerán los mismos recuerdos, las mismas memorias, las mismas alegrías y disgustos, logros y fracasos y un larguísimo etcétera. En fin, serán parte el uno del otro y se amarán y todas esas mamadas. Aunque ya estoy todo confundido, no se si estoy hablando de esta pínche película donde unos weyes se comunican por un buzón de una cabañita que manda cartas en el tiempo a unos pendejos que ni se conocen, ¡cómo me cagas Keanu Reves! –ojalá te metan ese buzón de mierda por el culo y te destrocen el tracto intestinal hasta que vomites cartas de disculpas a todos los que vieron tu película. Perdón, el punto es: el amor –desafortunadamente- no es más que otra cosa que nos implantan cuando niños, que crecemos y nos condicionan con esos discursos de pacifismos decadentes e hipócritas, carecemos de voluntad mental para deshacernos de todo parámetro socio-político establecido, que no hay libertad. El amor es el tema preferido de los escritores, de los poetas en particular: Los amorosos callan, el amor es el silencio más fino, el más tembloroso, el más insoportable y todas esas mamadas. Frases y frases que hacen de ese beso al final de la película el momento más mágico de la vida de esas personas, sin importar que años después el gandaya este le ponga los cuernos con cuanta vieja se le atraviese o que le ponga unas madrizas de épica griega, que importa, si el beso selló ese amor de por vida. Preguntémonos que sería de Romeo y Julieta si el pinche Romeo fuera un gandul cualquiera y después de chingarsela unas cuantas veces, la mandara a la chingada, total, que pinche necesidad tiene de aguantar a su pinche familia corriente, a su pinche mamá metiche y al papá posesivo y en una de esas andarse arriesgando de que sus carnales que pusieran una chinga por pasado de lanza, puta madre, hubiéramos matado al Shakespeare por mamón. Estos pendejos no se suicidaron por amor, sino porque no encontraron una manera mejor de llamar la atención y nada más, pinches weyes sin quehacer.

Y ahora en estas fechas donde sales a la calle y ves todos esos pinches foquitos que te cagan como una inspección de cavidades detallada y un examen de próstata sin anestesia y todo por su caguengue espíritu navideño donde todos dan amor, "regala amor, no lo compres" y todas esas pendejadas inmamables que te tienes que soplar desde el 12 de diciembre hasta el 6 de enero y todo porque hace dos mil años nació un carpintero que vino con un mensaje de paz y amor, igual que Bob Marley pero menos rastudo, que se le atribuye ser el autor intelectual del emporio clerical más grande de la historia ahora conocido como The Holy Catholic Church Trade Company y la pija del mono, para que dos mil años después (aproximadamente) se unieran en un exitoso trato con la Coca Cola Company S.A de C.V. y constituyeron la navidad que no es otra cosa que la Saturnalia pagana del pre-cristianismo, volviéndose de esta manera, la época de mayor rendimiento económico del año (con todo y crisis). Y hay andan todos predicando un mensaje de amor y paz cuales John Lennons sin Yoko, queriendo impregnar a todos de su AMOR traumatizado y lastimero, salen a la calle predicando humildad, cuando The Holy Catolic Church Trade Company es lo que menos predica o qué ¿nunca vieron a un pinche padrecito calenturiento manejando una Suburban? O tampoco se percatan de cómo elevan sus presupuestos las compañías para publicidad televisiva en diciembre y de cómo todo está enfilado en generar un sentido de necesidad en el inconsciente y todos salen como pendejos a gastarse los tres tristes pesos que les dieron de aguinaldo en juguetes y regalos que quince días después nadie recuerda.

Pero en fin, la navidad y sus secuelas no son el tema que me interesaba tratar, sino el amor y todas las mentiras que salen el la pinche película de Keanu Reves y Sandra Bullok. Finalmente todos participamos de este discurso happyista de impregnar de amor al prójimo, que alimenta nuestras vidas y las hace llevaderas, que le brinda un sentido –por efímero que sea- a la jodida rutina diaria, sin ese concepto, sin la idea misma, todo mundo tendríamos ganas de morirnos, por lo menos un par de semanas al año, quizás de ahí vienen las vacaciones pero de eso hablaremos luego, por lo pronto pasen una Feliz Navidad pinches Grinchs del universo virtual.

sábado, 13 de diciembre de 2008

Del Islam y otras latitudes

¿Cómo juzgar algo que no conocemos? En este país somos amantes de hablar sobre lo que no conocemos. Vivimos bajo la falsa suposición de que todo el mundo tiene derecho a opinar. ¡No es cierto! Si todo mundo opina, entonces no tiene importancia la opinión de nadie, ¿para qué necesitamos médicos? Mejor pregúntenle a Don Juan el del puesto de yerbas como se le hace para curar la dolencia del riñón o del hígado o de los huesos, etc. ¿Para qué queremos arqueólogos? Si la señora carmelita, la de las gorditas, dice que fueron los ovnis y que Pakal se fue de regreso en su nave con Elvis. La política es un tema del que nadie sabe o entiende, al menos en rasgos generales y sin embargo, todos creemos que resolver los problemas del país es la labor más sencilla, basta con darse una vuelta por cualquier cafetería y nos encontraremos con un puñado de analistas políticos, economistas, humanistas e indigenistas desaprovechados. Mientras en la cámara de diputados nadie sabe que hacer para encontrar un pequeño acuerdo. En fin, podría enumerar una lista enorme de temas en los cuales, la mayoría de las personas somos aficionados fervientes a opinar sin saber de bien a bien de qué estamos hablando, pero no se engañen, en cualquier cosa, el que debe hablar es el que sabe.

El tópico que hoy ocupa mi atención es el ISLAM. Desde nuestra dogmática visión occidental, cualquier persona del medio oriente es un terrorista, fanático, ignorante, suicida y un largo, largo etc., para nosotros, sociedad consumista, neocapitalista (lo que sea que eso signifique), demócratas y socialistas de Sanborns, es lo mismo musulmán que chiíta, lo mismo Irán que Irak o Afganistán y no nos detenemos en averiguar cuales son las diferencias básicas entre unos y otros, todos son terroristas y eso es tan falso como suponer que a todos los mexicanos nos gusta el mariachi, el tequila y el fut-bol. Evidentemente no es cierto, pero vivimos en una sociedad que se alimenta de las generalidades, donde “TODOS” los políticos son corruptos, donde “TODOS” los hombres son machistas, donde “TODAS” las mujeres son putas, ¡ah! pero que nadie confunda a un católico, apostólico y romano, con un advenedizo cristiano o testigo de Jehová o Mormón, porque te andan linchando. Este pueblo que se persigna con la derecha y esconde muchas cosas con la izquierda, es devoto de la virgen de Guadalupe y de San Judas Tadeo y las mujeres en edad casadera, de San Antonio. La verdad desconozco a fondo las diferencias entre una religión y otra, pero de lo que sí no tengo la menor duda, es de que en este mundo se ha matado a más gente en nombre de Dios (cualquier Dios), que por cualquier otra cosa, entiéndase tierras, dinero, poder. La historia cristiana, sin duda arrastra mucha sangre y la judía y la budista, etc.

¿Pero a qué obedece todo este sermón pro-igualdad humana? A que hace algunos días tuve el placer de ver dos películas que abordan precisamente este tema. La primera de ellas afgana, “The kite runner”, y la segunda francesa, “Persepolis”. Dos muestras de cine esplendidas, con narrativas completamente ajenas una de la otra, pero que logran mostrarnos otro lado de lo que es ser parte del Islam y nos muestran, sí, por un lado los defectos de esta religión, pero por otro nos muestra su belleza milenaria.

The kite runner, es la historia de un escritor musulmán, que emigro a los estados unidos con su familia cuando aún era niño, buscando un país que respetara su manera “liberal” de pensar. La película es contada a manera de retrospectiva, todo comienza cuando a este escritor le llega la noticia, de que su mejor amigo ha muerto, dejando a un pequeño niño que ha sido tomado por el ejercito para servir a su Dios y a su pueblo, es entonces cuando este hombre tiene que regresar a su patria a reencontrarse consigo mismo y finalmente entender, que para cambiar las cosas, es necesario estar dentro, la distancia, la lejanía, el olvido, no solucionan nada, todo esto le será revelado en un angustioso recordar a cada paso, todo lo que le ocurrió cuando niño, mientras que vemos el lado humano de mucha gente que sigue ahí, peleando por la llamada “justicia social”.

Persepolis, por su lado, nombrada por muchos la mejor película animada del 2007 (para mí, sentado en mi ignorancia, una de las cuatro o cinco mejores películas animadas de la historia), nos cuenta la historia de una pequeña niña que crece en medio de las revueltas sociales en contra del Shad y tiene que vivir el cambio de régimen. Siendo educada en el seno de una familia comunista, en donde sobresale la imagen de Marx y el “Che” Guevara, esta niña es enviada a estudiar al extranjero para poder protegerla del cruento destino que le deparaba en medio de un gobierno de derecha radical (otra vez, lo que sea que esto signifique). Así es como comienza la aventura de esta niña que vaga de París a Viena, de vivir en un convento de monjas católicas a ser acogida por una familia de hippies, de relaciones con galanes de novela y con los malos del cuento, hasta topar con la dura realidad de que en Europa, el pináculo del modernismo, ella no es más que una pequeña iraní, huyendo de algo que no termina por entender. Así, que sin más, decide volver a Irán, con todo lo que esto representa.

Dos muestras –pequeñas, lo sé- de la riqueza del mundo oriental, The kite runner, un drama excepcional que no alimenta los clichés, ni sobrevive de la explotación emocional, y Persepolis, una historia de una inocencia brutal, escrita con un humor sumamente inteligente que los llevará de la hilaridad a la reflexión. Si alguien quiere dejar de ser un poco menos ignorante sobre las culturas orientales de lo que es ahora mismo, y al mismo tiempo pasar un buen rato, estas películas son una excelente forma de comenzar.

miércoles, 3 de diciembre de 2008

Proclives al cambio

Hace algunos días estuve recordando una maravillosa obra de teatro de nuestra dramaturga Sabina Berman: Feliz nuevo siglo doktor Freud. Una obra sensacional sin lugar a dudas, inteligente, intrigante, audaz. En esta historia se nos muestra a un Freud sumamente humano, desmitificado acaso. Se nos presenta a un hombre sencillo, aislado y sumamente brillante, un hombre que sabe escoger con minucia de relojero sus palabras, que sabe organizar sus ideas con la pericia de un bibliotecario y que sabe hurgar entre líneas mejor que nadie. Freud analiza a una pequeña jovencita de apenas 17 años llamada Dora, quien es la viva imagen de la sensualidad, dueña de una coquetería envidiable, un personaje tan bellamente escrito que no le envidia nada a la Lolita de Nabukov, una joven que nos enamora, desde sus primeras líneas, por su padecimiento. Freud trata de encontrar la solución al hecho, de que un amigo del padre de Dora, Herr K, aparentemente a traspasado las líneas normales del trato cotidiano y de la imprescindible cortesía, besándola, tocándola, entre otras, situación que da píe a muchos problemas con su padre. La confianza es un punto primordial, Herr F, el padre de Dora está entre la espada y la pared, por decirlo en palabras ordinarias ¿a quién creerle?, ¿a su hija? ¿a su amigo? Sin importar quien diga la verdad, lo único cierto es que la pequeña Dora necesita ayuda y deciden llevarla con el eminente medico de Freiberg. Y dentro de esta dinámica de pregunta-respuesta que se da entre Freud y Dora, encontramos a un analista que lucha con sus ideas dividiéndose en tres personajes, que de manera muy clara nos muestran como van clarificándose sus posturas sobre la transferencia, la neurosis, la histeria y la sexualidad, tópicos que sin lugar a dudas revolucionaron la forma de pensar del siglo XX, y mientras sucede todo esto desfilan ante nosotros personajes tan conocidos y respetados como Lou Andreas Salome, Carl Gustave Jung y Otto Rank, además de los ya mencionados Freud, la esposa y la hija del analista, Dora, su padre Herr F, su amigo Herr K, y su esposa Frau K, quien juega un papel de suma importancia en la puesta. Sin duda una obra digna de elogio. Si acaso tienen oportunidad de verla o de leerla, háganlo.

Y esta remembranza es a propósito de que tuve la oportunidad de ver a la dramaturga, en el programa que conduce los miércoles ya muy entrada la noche, en televisión Azteca. Y me sorprendió enormemente ver a la señora Berman, entrevistando al gobernador del estado de México, Enrique Peña Nieto, con una soltura de quien llevara años en esta labor de entrevistadora del corazón, sobre sus amoríos que calificó de suma importancia para el pueblo mexica. Qué triste forma de caer en esa corriente avasalladora del chisme por moderado que éste resulte –pero chisme al fin-, fue un espectáculo que rayaba en lo onírico, en el surrealismo.

Todos somos proclives al cambio por supuesto y es nuestro derecho natural cambiar de opinión cuantas veces queramos, siempre que ese cambio conduzca a cierto desarrollo, moral, social, intelectual, etc. Porque de otro modo caeremos, con toda certeza, en el descrédito, en la ataraxia esquematizada, en la bagatela. Por eso, desde ese día miércoles en que observe que nuestra dramaturga le preguntaba con una gran sonrisa en la boca al gobernador sobre sus amoríos con una actriz de televisión (desconozco el nombre y la trayectoria de la susodicha), no puedo dejar de pensar en las similitudes que ahora encuentro entre Sabina Berman y Patricia Chapoy. Si, claro que la primera tiene una trayectoria que avala su capacidad creativa, su juicio equilibrado, su carácter creativo, al contrario de la segunda, que ha sobrevivido del sanguijuelismo declarado, de la nula capacidad de juicio, de la camorra y la crapulencia de palabra, al menos los últimos 20 años, pero en este momento, comparten espacio y quehacer, son las dos caras de la misma moneda, una entrevista al gobernador sobre su amorío con la actriz, y la otra a la actriz por su relación con el mandatario. Son evidentes las diferencias entre el periodismo de una y otra, por eso no hago énfasis en ello, es evidente que la señora Berman apunta a un periodismo serio y la señora Chapoy a un periodismo de lavadero, pero con esa entrevista, perdí de vista la línea que separaba a la una de la otra, no encontré diferencia entre la periodista del espectáculo público y la periodista del público espectáculo, del refinamiento y la desvergüenza. Esto lo escribo con cierto vejo de incomodidad, porque nunca resultará grato ver como una gran escritora, como pocas en este país, entra en competencia de raiting con uno de los personajes más señalados de la pobre (pobrísima) televisión mexicana.

martes, 25 de noviembre de 2008

De las palabras y los tiempos aciagos

Después de releer por no se cuantas veces Rayuela, me di cuenta de que hemos perdido uno de los placeres más exquisitos y refinados que existen: el de la armoniosa palabra. La simple lectura en voz alta del capitulo 68 es capaz de producir un torrente de sensaciones, todas ellas majestuosas. Aquí lo reproduzco:


“Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes. Cada vez que él procuraba relamar las incopelusas, se enredaba en un grimado quejumbroso y tenía que envolusionarse de cara al nóvalo, sintiendo cómo poco a poco las arnillas se espejunaban, se iban apoltronando, reduplimiendo, hasta quedar tendido como el trimalciato de ergomanina al que se han dejado caer unas fílulas de cariaconcia. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se tordulaba los hurgalios, consintiendo en que él aproximara suavemente sus orfelunios. Apenas los extrayuxtaba y paramovía, de pronto era el clinón, la esterfurosa convulcante de las mátricas, la jadehollante embocapluvia del orgumio, los esproemios del merpasmo en una sobrehumítica agopausa. ¡Evohé! ¡Evohé! Volposados en la cresta del Aurelio, se sentían balparamar, perlinos y márulos. Temblaba el troc, se vencían las marioplumas, y todo se resolviraba en un profundo pínice, en niolamas de argutendidas gasas, en carinias casi crueles que los ordopenaban hasta el límite de las gunfias.


La prosa actual es apresurada, carece de esta maestría, de esta vivacidad en que las palabras no son sólo palabras sino peces con alas de mariposa que nos conducen a parajes desiertos de oleos y jazmines. Pocos son los escritores contemporáneos que no tienen prisa por contarnos una historia que creen importante, al menos lo suficiente como para ser escrita. Han olvidado la sensibilidad de la palabra, el tiempo de la misma y nos atiborran de artículos, sinónimos, adjetivos que no llevan a ninguna parte. Cómo ansío, pero ansío de verdad, encontrarme con un escritor moderno que no crea poseer un virtuosismo lingüístico y que se olvide de toda metáfora y de toda metafísica simplista, que vuelva a la musical palabra, a la gramática sencilla y nada pretenciosa. A las historias que no cuenten nada pero que se disfruten al leer.


Mas no me gustaría que se mal interpretarán mis palabras suponiendo que exijo que haya un Cortázar en cada escritor, sería injusto para ellos, pues Cortázar fue demasiado Cortázar como para que haya otro. Nada de eso, simplemente espero que alguien se atreva a alejarse de los temas crepusculares y pretenciosos del hombre y que retornen a la sencillez, a la simplicidad intrincada de una historia donde un hombre ame a una mujer y quizá, tal vez, esa mujer también pueda querer a ese hombre. Que sean las palabras de ambos los que enamoren al lector y que el escritor participe también –por qué no- de dicho amor.




En estos tiempos aciagos donde salimos a la calle y nos encontramos con ejecuciones, secuestros, crisis económicas y todo tipo de desgracias, sería bueno encontrar en los libros un espacio donde escapar de esa realidad atroz que nos rodea hasta asfixiarnos en claustrofóbica desesperación y no anegarnos más en ella. Regresemos al amor, a la capacidad de relacionarnos entre los seres humanos, seamos Horacio o la Maga o el pequeño Rocamadour. No olvidemos que al final del día las palabras, es decir el lenguaje, son lo único, ¡lo único! que realmente nos alimenta y nos proporciona los colores y los pinceles que necesitamos para alejarnos de esas figuras mortecinas que nos rodean y encontrar un poco de profundidad en los amarillos, azules y rojos que tanta falta nos hacen.