Desconcierto. Angustia. Desolación. Signos en rotación,
signos que son sinos, que evocan. Hay hombres y hay obras: también
hay hombres que encarnan su obra. Franz Kafka es, antes que un hombre de
principios de siglo nacido en Praga, una obra literaria que lleva por marca de
nacimiento las palabras iniciales. La fragilidad con que se nos aparece –su rostro
discreto, su mirada negra, profunda, sus modales comedidos– es inversamente
proporcional a la fuerza de su trabajo. Uno a uno, sus cuentos y novelas
marcaron y definieron a generaciones enteras de escritores. Brindaron
estructura a géneros literarios. No cabrían en apenas unas líneas todo lo que
la literatura le debe a este hombre.
Sin
embargo no es de él de quien me siento a escribir, sino de uno de esos escritores
a los que no entenderíamos del todo sin reconocer su influencia: Juan García
Ponce. La invitación, novela del
escritor yucateco publicada en 1972 es un viaje que atraviesa las páginas que
van de La metamorfosis a El proceso. Novela llena de angustia,
desconcierto y desolación. R. el personaje principal llega a nosotros con la
misma fragilidad con que se nos aparece Gregorio Samsa; es un personaje
enfermo, inseguro, marginado, que intenta, por todos los medios, sobreponerse a
su situación. Su enfermedad es en sí misma un misterio, no tenemos más
información que una serie de altas temperaturas que lo han llevado a un
encierro de meses. Las primeras líneas son el punto de partida rumbo a lo
incierto. Ya, a la orilla de su enfermedad, R. decide salir a descansar en el
parque que observa diligentemente desde su ventana. Ahí, sobre una banca a la
sombra de un árbol, R. se encuentra con Mateo Arturo, un antiguo compañero de
la universidad. El encuentro es casual, lleno de frases mínimas. Después de
hablar un poco sobre prácticamente cualquier cosa, Mateo Arturo invita a cenar
a R. a su casa, la misma que visitaban cuando eran estudiantes. Aquí comienza
el descenso de R., descenso que, al igual que el de K., atravesará varias
etapas. R. esclavo de la contingencia, es una persona a la que todo le sucede,
nada es consecuencia, todo es acto puro. El acepta su circunstancia con
resignación. Es un espíritu abnegado a la sombra de su madre, no como el de
Griselda a los pies de su marido, pero esa abnegación determina su conducta.
También teme a su padre, como Franz. La invitación de Mateo desencadena una
serie de encuentros y desencuentros, de enigmáticas posibilidades. El deseo y
la obsesión entran en un juego donde no se conocen las reglas ni los oponentes.
Juan
García Ponce es una contradicción plena. Su obra oscila entre el instinto y el
intelecto, entre lo dionisiaco y lo apolíneo: es ambivalente. Perteneciente a
la generación del “medio siglo”, al lado de escritores como Sergio Pitol,
Salvador Elizondo, José de la Colina, Inés Arredondo, contribuyó notoriamente a
la renovación de las letras mexicanas. Amante del arte, hizo de él y de la
relación que éste tiene con la vida su leitmotiv.
García
Ponce alguna vez dijo: “el intelecto se aboca a lo instintivo para iluminarlo y
darle sentido”. Es de comprenderse entonces el por qué siendo un notorio
crítico y un ensayista de pensamiento propio, sea en sus novelas y cuentos
donde mejor se resuelven sus temas. Y
así como en Kafka los temas se resuelven, paradójicamente, en la incertidumbre,
en García Ponce se resuelven en el erotismo. En este caso –en La invitación, quiero decir– el erotismo
es un fin en sí mismo y la fantasía, la poética de lo fantástico, es el medio
para ese descubrimiento.
R,
encuentra en Beatrice su guía hacia lo erótico. Ella es el altar de las
pasiones y el templo de las obsesiones. Y así como Mateo fue el batir de alas
de la mariposa que lo condujo a Beatrice, ella a su vez lo conducirá a las
puertas de su proceso. Esta historia
transcurre en la Ciudad de México apenas unos días antes de la matanza en Tlatelolco.
Esta circunstancia social no define las páginas de la novela, pero si las
enmarca.
Escrita
en una prosa elegante, pero sin caer en los pomposos culteranismos, La invitación es una novela bien
construida, llena de interrogantes, de guiños, emprestitos diría Alfonso Reyes; una novela que no se conforma con
narrar una historia dada, sino que construye
una realidad y participa de ella, y eso es algo que siempre se habrá de
valorar.
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