Hace unas cuantas noches me desvelé viendo una película romántica, marca "coma-diabético" instantáneo. Era la típica historia de dos personas que se aman por sobre todas las cosas que les pasan durante las dos horas y media que dura la película, de esas parejas que se aman desmedidamente y dan la vida por el otro y cuanta pendejada dice uno cuando esta enamorado. Es una de esas tramas que no funcionan si a la mitad no pasa un malentendido del tamaño de Júpiter que termina por separarlos, para que –inevitablemente- como jalados por una fuerza superior, cósmica y cuanta chingadera se les ocurra, los reunirá para que por fin –y de una buena vez- el amor triunfe. Estaba viendo este desfile de marihuanadas de viernes por la noche y pensé: sería bueno escribir sobre el amor. Me pase unas cuantas horas buscando cómo comenzar esta particular tarea hasta que me dí por vencido y no volví a pensar en el tema hasta ahora. Buscaba y buscaba –sin lograr mucho la verdad- palabras que engalanaran tan relevante tópico, una frase –al menos- que diera pié a introducirnos a este tema tan crucial para todo ser humano con acta de nacimiento endosada a nombre de Coca Cola Company S.A de C.V. ¡Qué mamadas! Pues es que el amor es algo que no se puede describir con la demagogia tradicional de catorce de febrero. Decía el buen Jaime Sabines -tan letrado en este tema-, que no se puede decir el amor y coincido con el señor, además que agregaría: Que no podemos sentir el amor. Pero no se alteren ni se desgarren las vestiduras diciendo “¿qué le pasa a este pendejo, está loco o qué fumó?”, no hay que ser alarmistas, que no se trata de ser un Schopenhauer cualquiera, sin embargo considero, que todos los humanos postmodernos-neocapitalistas-alternativos-soy-bien-chingón, estamos fisiológicamente predispuestos a no sentir el amor y lo que sí sentimos, es esa mezcla parte idiota, parte retrasado mental, que nos venden Televisa y Televisión Azteca. Uno nunca va a sentir ese amor en carne viva a la Romeo y Julieta, mercancía para escritores y mercachifles, no, jamás, lo que sentimos no es más que una serie de convencionalismos políticamente correctos, que nos permiten –¡nos permiten!- ser socialmente aceptados, nos permite llevar a cabo todas y cada una de nuestras tareas del correcto desarrollo moral y cívico, necesidad básica para aparecer en la sección de sociales donde te legitimas como gente bien. ¿Pero de dónde salen tantas mamadas? Hasta donde a mi me toca ver, todo lo aprendemos en un lenguaje perfectamente diseñado para crear en el inconsciente colectivo reacciones, emociones, sentimientos, pensamientos, todo eso y más. Luego alguien viene y te dice que el amor es algo que sentimos todos por algún particular de no tan malas proporciones, le atribuimos características particulares –al amor quiero decir-, para después conferírselas a dicha persona previamente seleccionada, no al azar pero poco falta, además que todo esto se complementa con alguna virtud escondida y algún defecto incierto. Y a todo esto sumémosle que somos buenísimos para encontrar cosas donde no las hay, pues todo ese cuento que nos meten con taladro en el centro del hipotálamo, pues no tardamos en ver weyes de quienes enamorarnos en cada esquina como quien se rasca una nalga cada que le da comezón. ¡Qué limitados de imaginación!, ¡qué cortos de mente somos! chingao. A que vienen todas estas idioteces, pues que forzosamente nos toparemos en la calle con cuanta Barbie pirata queramos y ellas encontrarán un chingazo de Kenes región cuatro para enamorarnos.
¿Y luego? ¿Qué sucede?... Si nos ata un lazo afectivo (ideológico diría yo), con esa persona, que irremediablemente con el paso de los días, las memorias de ambos tenderán a con-fundirse, a volverse una misma memoria. Poseerán los mismos recuerdos, las mismas memorias, las mismas alegrías y disgustos, logros y fracasos y un larguísimo etcétera. En fin, serán parte el uno del otro y se amarán y todas esas mamadas. Aunque ya estoy todo confundido, no se si estoy hablando de esta pínche película donde unos weyes se comunican por un buzón de una cabañita que manda cartas en el tiempo a unos pendejos que ni se conocen, ¡cómo me cagas Keanu Reves! –ojalá te metan ese buzón de mierda por el culo y te destrocen el tracto intestinal hasta que vomites cartas de disculpas a todos los que vieron tu película. Perdón, el punto es: el amor –desafortunadamente- no es más que otra cosa que nos implantan cuando niños, que crecemos y nos condicionan con esos discursos de pacifismos decadentes e hipócritas, carecemos de voluntad mental para deshacernos de todo parámetro socio-político establecido, que no hay libertad. El amor es el tema preferido de los escritores, de los poetas en particular: Los amorosos callan, el amor es el silencio más fino, el más tembloroso, el más insoportable y todas esas mamadas. Frases y frases que hacen de ese beso al final de la película el momento más mágico de la vida de esas personas, sin importar que años después el gandaya este le ponga los cuernos con cuanta vieja se le atraviese o que le ponga unas madrizas de épica griega, que importa, si el beso selló ese amor de por vida. Preguntémonos que sería de Romeo y Julieta si el pinche Romeo fuera un gandul cualquiera y después de chingarsela unas cuantas veces, la mandara a la chingada, total, que pinche necesidad tiene de aguantar a su pinche familia corriente, a su pinche mamá metiche y al papá posesivo y en una de esas andarse arriesgando de que sus carnales que pusieran una chinga por pasado de lanza, puta madre, hubiéramos matado al Shakespeare por mamón. Estos pendejos no se suicidaron por amor, sino porque no encontraron una manera mejor de llamar la atención y nada más, pinches weyes sin quehacer.
Y ahora en estas fechas donde sales a la calle y ves todos esos pinches foquitos que te cagan como una inspección de cavidades detallada y un examen de próstata sin anestesia y todo por su caguengue espíritu navideño donde todos dan amor, "regala amor, no lo compres" y todas esas pendejadas inmamables que te tienes que soplar desde el 12 de diciembre hasta el 6 de enero y todo porque hace dos mil años nació un carpintero que vino con un mensaje de paz y amor, igual que Bob Marley pero menos rastudo, que se le atribuye ser el autor intelectual del emporio clerical más grande de la historia ahora conocido como The Holy Catholic Church Trade Company y la pija del mono, para que dos mil años después (aproximadamente) se unieran en un exitoso trato con la Coca Cola Company S.A de C.V. y constituyeron la navidad que no es otra cosa que la Saturnalia pagana del pre-cristianismo, volviéndose de esta manera, la época de mayor rendimiento económico del año (con todo y crisis). Y hay andan todos predicando un mensaje de amor y paz cuales John Lennons sin Yoko, queriendo impregnar a todos de su AMOR traumatizado y lastimero, salen a la calle predicando humildad, cuando The Holy Catolic Church Trade Company es lo que menos predica o qué ¿nunca vieron a un pinche padrecito calenturiento manejando una Suburban? O tampoco se percatan de cómo elevan sus presupuestos las compañías para publicidad televisiva en diciembre y de cómo todo está enfilado en generar un sentido de necesidad en el inconsciente y todos salen como pendejos a gastarse los tres tristes pesos que les dieron de aguinaldo en juguetes y regalos que quince días después nadie recuerda.
Pero en fin, la navidad y sus secuelas no son el tema que me interesaba tratar, sino el amor y todas las mentiras que salen el la pinche película de Keanu Reves y Sandra Bullok. Finalmente todos participamos de este discurso happyista de impregnar de amor al prójimo, que alimenta nuestras vidas y las hace llevaderas, que le brinda un sentido –por efímero que sea- a la jodida rutina diaria, sin ese concepto, sin la idea misma, todo mundo tendríamos ganas de morirnos, por lo menos un par de semanas al año, quizás de ahí vienen las vacaciones pero de eso hablaremos luego, por lo pronto pasen una Feliz Navidad pinches Grinchs del universo virtual.
¿Y luego? ¿Qué sucede?... Si nos ata un lazo afectivo (ideológico diría yo), con esa persona, que irremediablemente con el paso de los días, las memorias de ambos tenderán a con-fundirse, a volverse una misma memoria. Poseerán los mismos recuerdos, las mismas memorias, las mismas alegrías y disgustos, logros y fracasos y un larguísimo etcétera. En fin, serán parte el uno del otro y se amarán y todas esas mamadas. Aunque ya estoy todo confundido, no se si estoy hablando de esta pínche película donde unos weyes se comunican por un buzón de una cabañita que manda cartas en el tiempo a unos pendejos que ni se conocen, ¡cómo me cagas Keanu Reves! –ojalá te metan ese buzón de mierda por el culo y te destrocen el tracto intestinal hasta que vomites cartas de disculpas a todos los que vieron tu película. Perdón, el punto es: el amor –desafortunadamente- no es más que otra cosa que nos implantan cuando niños, que crecemos y nos condicionan con esos discursos de pacifismos decadentes e hipócritas, carecemos de voluntad mental para deshacernos de todo parámetro socio-político establecido, que no hay libertad. El amor es el tema preferido de los escritores, de los poetas en particular: Los amorosos callan, el amor es el silencio más fino, el más tembloroso, el más insoportable y todas esas mamadas. Frases y frases que hacen de ese beso al final de la película el momento más mágico de la vida de esas personas, sin importar que años después el gandaya este le ponga los cuernos con cuanta vieja se le atraviese o que le ponga unas madrizas de épica griega, que importa, si el beso selló ese amor de por vida. Preguntémonos que sería de Romeo y Julieta si el pinche Romeo fuera un gandul cualquiera y después de chingarsela unas cuantas veces, la mandara a la chingada, total, que pinche necesidad tiene de aguantar a su pinche familia corriente, a su pinche mamá metiche y al papá posesivo y en una de esas andarse arriesgando de que sus carnales que pusieran una chinga por pasado de lanza, puta madre, hubiéramos matado al Shakespeare por mamón. Estos pendejos no se suicidaron por amor, sino porque no encontraron una manera mejor de llamar la atención y nada más, pinches weyes sin quehacer.
Y ahora en estas fechas donde sales a la calle y ves todos esos pinches foquitos que te cagan como una inspección de cavidades detallada y un examen de próstata sin anestesia y todo por su caguengue espíritu navideño donde todos dan amor, "regala amor, no lo compres" y todas esas pendejadas inmamables que te tienes que soplar desde el 12 de diciembre hasta el 6 de enero y todo porque hace dos mil años nació un carpintero que vino con un mensaje de paz y amor, igual que Bob Marley pero menos rastudo, que se le atribuye ser el autor intelectual del emporio clerical más grande de la historia ahora conocido como The Holy Catholic Church Trade Company y la pija del mono, para que dos mil años después (aproximadamente) se unieran en un exitoso trato con la Coca Cola Company S.A de C.V. y constituyeron la navidad que no es otra cosa que la Saturnalia pagana del pre-cristianismo, volviéndose de esta manera, la época de mayor rendimiento económico del año (con todo y crisis). Y hay andan todos predicando un mensaje de amor y paz cuales John Lennons sin Yoko, queriendo impregnar a todos de su AMOR traumatizado y lastimero, salen a la calle predicando humildad, cuando The Holy Catolic Church Trade Company es lo que menos predica o qué ¿nunca vieron a un pinche padrecito calenturiento manejando una Suburban? O tampoco se percatan de cómo elevan sus presupuestos las compañías para publicidad televisiva en diciembre y de cómo todo está enfilado en generar un sentido de necesidad en el inconsciente y todos salen como pendejos a gastarse los tres tristes pesos que les dieron de aguinaldo en juguetes y regalos que quince días después nadie recuerda.
Pero en fin, la navidad y sus secuelas no son el tema que me interesaba tratar, sino el amor y todas las mentiras que salen el la pinche película de Keanu Reves y Sandra Bullok. Finalmente todos participamos de este discurso happyista de impregnar de amor al prójimo, que alimenta nuestras vidas y las hace llevaderas, que le brinda un sentido –por efímero que sea- a la jodida rutina diaria, sin ese concepto, sin la idea misma, todo mundo tendríamos ganas de morirnos, por lo menos un par de semanas al año, quizás de ahí vienen las vacaciones pero de eso hablaremos luego, por lo pronto pasen una Feliz Navidad pinches Grinchs del universo virtual.
1 comentario:
Comparto la ira que puede llegar a generar la basura mercantil de temas amorosos. Creo además, que si el inasible concepto del amor, es ya irritante como mercancía, lo es mucho más cuando, bien creídos con el cuento de las emociones (que no son más que movimientos de tripas bien combinaditos con el formateo habitual y esquizoide de la sociedad occidental) nos lanzamos a amar e inevitablemente encadenamos la voluntad de los demás así como la propia. Este amor contemporáneo, es un ejercicio de poder, eufemismo para joder, endiosarnos (si, ser como dioses piratones subidos en ladrillo, trueno made in china en mano) y creernos el cuento de que podemos controlar, exigir, encadenar y servirnos de la vida de los demás. No podemos evitar sentir amor ni ser amados, no sé si podemos renunciar a la tragedia de creernos el cuento mercantil, el ideológico, el freudiano y todos los demás cuentos, para paliar nuestra soledad. Quizá solo podamos enojarnos cada que nos vienen las campañas no convincentes, las historias empalagosas, los mejoralitos de conciencia, los tecitos para el ánimo, Keanus Reves y Sandras Bullocks en campos de corazones y conejos brincones.... después de todo, cuando nos acusen de Schopenhauers o grinchs (¿casi lo mismo no?) vamos a seguir respondiendo: yo también te amo.
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