Hace algunos días estuve recordando una maravillosa obra de teatro de nuestra dramaturga Sabina Berman: Feliz nuevo siglo doktor Freud. Una obra sensacional sin lugar a dudas, inteligente, intrigante, audaz. En esta historia se nos muestra a un Freud sumamente humano, desmitificado acaso. Se nos presenta a un hombre sencillo, aislado y sumamente brillante, un hombre que sabe escoger con minucia de relojero sus palabras, que sabe organizar sus ideas con la pericia de un bibliotecario y que sabe hurgar entre líneas mejor que nadie. Freud analiza a una pequeña jovencita de apenas 17 años llamada Dora, quien es la viva imagen de la sensualidad, dueña de una coquetería envidiable, un personaje tan bellamente escrito que no le envidia nada a la Lolita de Nabukov, una joven que nos enamora, desde sus primeras líneas, por su padecimiento. Freud trata de encontrar la solución al hecho, de que un amigo del padre de Dora, Herr K, aparentemente a traspasado las líneas normales del trato cotidiano y de la imprescindible cortesía, besándola, tocándola, entre otras, situación que da píe a muchos problemas con su padre. La confianza es un punto primordial, Herr F, el padre de Dora está entre la espada y la pared, por decirlo en palabras ordinarias ¿a quién creerle?, ¿a su hija? ¿a su amigo? Sin importar quien diga la verdad, lo único cierto es que la pequeña Dora necesita ayuda y deciden llevarla con el eminente medico de Freiberg. Y dentro de esta dinámica de pregunta-respuesta que se da entre Freud y Dora, encontramos a un analista que lucha con sus ideas dividiéndose en tres personajes, que de manera muy clara nos muestran como van clarificándose sus posturas sobre la transferencia, la neurosis, la histeria y la sexualidad, tópicos que sin lugar a dudas revolucionaron la forma de pensar del siglo XX, y mientras sucede todo esto desfilan ante nosotros personajes tan conocidos y respetados como Lou Andreas Salome, Carl Gustave Jung y Otto Rank, además de los ya mencionados Freud, la esposa y la hija del analista, Dora, su padre Herr F, su amigo Herr K, y su esposa Frau K, quien juega un papel de suma importancia en la puesta. Sin duda una obra digna de elogio. Si acaso tienen oportunidad de verla o de leerla, háganlo.
Y esta remembranza es a propósito de que tuve la oportunidad de ver a la dramaturga, en el programa que conduce los miércoles ya muy entrada la noche, en televisión Azteca. Y me sorprendió enormemente ver a la señora Berman, entrevistando al gobernador del estado de México, Enrique Peña Nieto, con una soltura de quien llevara años en esta labor de entrevistadora del corazón, sobre sus amoríos que calificó de suma importancia para el pueblo mexica. Qué triste forma de caer en esa corriente avasalladora del chisme por moderado que éste resulte –pero chisme al fin-, fue un espectáculo que rayaba en lo onírico, en el surrealismo.
Todos somos proclives al cambio por supuesto y es nuestro derecho natural cambiar de opinión cuantas veces queramos, siempre que ese cambio conduzca a cierto desarrollo, moral, social, intelectual, etc. Porque de otro modo caeremos, con toda certeza, en el descrédito, en la ataraxia esquematizada, en la bagatela. Por eso, desde ese día miércoles en que observe que nuestra dramaturga le preguntaba con una gran sonrisa en la boca al gobernador sobre sus amoríos con una actriz de televisión (desconozco el nombre y la trayectoria de la susodicha), no puedo dejar de pensar en las similitudes que ahora encuentro entre Sabina Berman y Patricia Chapoy. Si, claro que la primera tiene una trayectoria que avala su capacidad creativa, su juicio equilibrado, su carácter creativo, al contrario de la segunda, que ha sobrevivido del sanguijuelismo declarado, de la nula capacidad de juicio, de la camorra y la crapulencia de palabra, al menos los últimos 20 años, pero en este momento, comparten espacio y quehacer, son las dos caras de la misma moneda, una entrevista al gobernador sobre su amorío con la actriz, y la otra a la actriz por su relación con el mandatario. Son evidentes las diferencias entre el periodismo de una y otra, por eso no hago énfasis en ello, es evidente que la señora Berman apunta a un periodismo serio y la señora Chapoy a un periodismo de lavadero, pero con esa entrevista, perdí de vista la línea que separaba a la una de la otra, no encontré diferencia entre la periodista del espectáculo público y la periodista del público espectáculo, del refinamiento y la desvergüenza. Esto lo escribo con cierto vejo de incomodidad, porque nunca resultará grato ver como una gran escritora, como pocas en este país, entra en competencia de raiting con uno de los personajes más señalados de la pobre (pobrísima) televisión mexicana.
Y esta remembranza es a propósito de que tuve la oportunidad de ver a la dramaturga, en el programa que conduce los miércoles ya muy entrada la noche, en televisión Azteca. Y me sorprendió enormemente ver a la señora Berman, entrevistando al gobernador del estado de México, Enrique Peña Nieto, con una soltura de quien llevara años en esta labor de entrevistadora del corazón, sobre sus amoríos que calificó de suma importancia para el pueblo mexica. Qué triste forma de caer en esa corriente avasalladora del chisme por moderado que éste resulte –pero chisme al fin-, fue un espectáculo que rayaba en lo onírico, en el surrealismo.
Todos somos proclives al cambio por supuesto y es nuestro derecho natural cambiar de opinión cuantas veces queramos, siempre que ese cambio conduzca a cierto desarrollo, moral, social, intelectual, etc. Porque de otro modo caeremos, con toda certeza, en el descrédito, en la ataraxia esquematizada, en la bagatela. Por eso, desde ese día miércoles en que observe que nuestra dramaturga le preguntaba con una gran sonrisa en la boca al gobernador sobre sus amoríos con una actriz de televisión (desconozco el nombre y la trayectoria de la susodicha), no puedo dejar de pensar en las similitudes que ahora encuentro entre Sabina Berman y Patricia Chapoy. Si, claro que la primera tiene una trayectoria que avala su capacidad creativa, su juicio equilibrado, su carácter creativo, al contrario de la segunda, que ha sobrevivido del sanguijuelismo declarado, de la nula capacidad de juicio, de la camorra y la crapulencia de palabra, al menos los últimos 20 años, pero en este momento, comparten espacio y quehacer, son las dos caras de la misma moneda, una entrevista al gobernador sobre su amorío con la actriz, y la otra a la actriz por su relación con el mandatario. Son evidentes las diferencias entre el periodismo de una y otra, por eso no hago énfasis en ello, es evidente que la señora Berman apunta a un periodismo serio y la señora Chapoy a un periodismo de lavadero, pero con esa entrevista, perdí de vista la línea que separaba a la una de la otra, no encontré diferencia entre la periodista del espectáculo público y la periodista del público espectáculo, del refinamiento y la desvergüenza. Esto lo escribo con cierto vejo de incomodidad, porque nunca resultará grato ver como una gran escritora, como pocas en este país, entra en competencia de raiting con uno de los personajes más señalados de la pobre (pobrísima) televisión mexicana.
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