sábado, 13 de diciembre de 2008

Del Islam y otras latitudes

¿Cómo juzgar algo que no conocemos? En este país somos amantes de hablar sobre lo que no conocemos. Vivimos bajo la falsa suposición de que todo el mundo tiene derecho a opinar. ¡No es cierto! Si todo mundo opina, entonces no tiene importancia la opinión de nadie, ¿para qué necesitamos médicos? Mejor pregúntenle a Don Juan el del puesto de yerbas como se le hace para curar la dolencia del riñón o del hígado o de los huesos, etc. ¿Para qué queremos arqueólogos? Si la señora carmelita, la de las gorditas, dice que fueron los ovnis y que Pakal se fue de regreso en su nave con Elvis. La política es un tema del que nadie sabe o entiende, al menos en rasgos generales y sin embargo, todos creemos que resolver los problemas del país es la labor más sencilla, basta con darse una vuelta por cualquier cafetería y nos encontraremos con un puñado de analistas políticos, economistas, humanistas e indigenistas desaprovechados. Mientras en la cámara de diputados nadie sabe que hacer para encontrar un pequeño acuerdo. En fin, podría enumerar una lista enorme de temas en los cuales, la mayoría de las personas somos aficionados fervientes a opinar sin saber de bien a bien de qué estamos hablando, pero no se engañen, en cualquier cosa, el que debe hablar es el que sabe.

El tópico que hoy ocupa mi atención es el ISLAM. Desde nuestra dogmática visión occidental, cualquier persona del medio oriente es un terrorista, fanático, ignorante, suicida y un largo, largo etc., para nosotros, sociedad consumista, neocapitalista (lo que sea que eso signifique), demócratas y socialistas de Sanborns, es lo mismo musulmán que chiíta, lo mismo Irán que Irak o Afganistán y no nos detenemos en averiguar cuales son las diferencias básicas entre unos y otros, todos son terroristas y eso es tan falso como suponer que a todos los mexicanos nos gusta el mariachi, el tequila y el fut-bol. Evidentemente no es cierto, pero vivimos en una sociedad que se alimenta de las generalidades, donde “TODOS” los políticos son corruptos, donde “TODOS” los hombres son machistas, donde “TODAS” las mujeres son putas, ¡ah! pero que nadie confunda a un católico, apostólico y romano, con un advenedizo cristiano o testigo de Jehová o Mormón, porque te andan linchando. Este pueblo que se persigna con la derecha y esconde muchas cosas con la izquierda, es devoto de la virgen de Guadalupe y de San Judas Tadeo y las mujeres en edad casadera, de San Antonio. La verdad desconozco a fondo las diferencias entre una religión y otra, pero de lo que sí no tengo la menor duda, es de que en este mundo se ha matado a más gente en nombre de Dios (cualquier Dios), que por cualquier otra cosa, entiéndase tierras, dinero, poder. La historia cristiana, sin duda arrastra mucha sangre y la judía y la budista, etc.

¿Pero a qué obedece todo este sermón pro-igualdad humana? A que hace algunos días tuve el placer de ver dos películas que abordan precisamente este tema. La primera de ellas afgana, “The kite runner”, y la segunda francesa, “Persepolis”. Dos muestras de cine esplendidas, con narrativas completamente ajenas una de la otra, pero que logran mostrarnos otro lado de lo que es ser parte del Islam y nos muestran, sí, por un lado los defectos de esta religión, pero por otro nos muestra su belleza milenaria.

The kite runner, es la historia de un escritor musulmán, que emigro a los estados unidos con su familia cuando aún era niño, buscando un país que respetara su manera “liberal” de pensar. La película es contada a manera de retrospectiva, todo comienza cuando a este escritor le llega la noticia, de que su mejor amigo ha muerto, dejando a un pequeño niño que ha sido tomado por el ejercito para servir a su Dios y a su pueblo, es entonces cuando este hombre tiene que regresar a su patria a reencontrarse consigo mismo y finalmente entender, que para cambiar las cosas, es necesario estar dentro, la distancia, la lejanía, el olvido, no solucionan nada, todo esto le será revelado en un angustioso recordar a cada paso, todo lo que le ocurrió cuando niño, mientras que vemos el lado humano de mucha gente que sigue ahí, peleando por la llamada “justicia social”.

Persepolis, por su lado, nombrada por muchos la mejor película animada del 2007 (para mí, sentado en mi ignorancia, una de las cuatro o cinco mejores películas animadas de la historia), nos cuenta la historia de una pequeña niña que crece en medio de las revueltas sociales en contra del Shad y tiene que vivir el cambio de régimen. Siendo educada en el seno de una familia comunista, en donde sobresale la imagen de Marx y el “Che” Guevara, esta niña es enviada a estudiar al extranjero para poder protegerla del cruento destino que le deparaba en medio de un gobierno de derecha radical (otra vez, lo que sea que esto signifique). Así es como comienza la aventura de esta niña que vaga de París a Viena, de vivir en un convento de monjas católicas a ser acogida por una familia de hippies, de relaciones con galanes de novela y con los malos del cuento, hasta topar con la dura realidad de que en Europa, el pináculo del modernismo, ella no es más que una pequeña iraní, huyendo de algo que no termina por entender. Así, que sin más, decide volver a Irán, con todo lo que esto representa.

Dos muestras –pequeñas, lo sé- de la riqueza del mundo oriental, The kite runner, un drama excepcional que no alimenta los clichés, ni sobrevive de la explotación emocional, y Persepolis, una historia de una inocencia brutal, escrita con un humor sumamente inteligente que los llevará de la hilaridad a la reflexión. Si alguien quiere dejar de ser un poco menos ignorante sobre las culturas orientales de lo que es ahora mismo, y al mismo tiempo pasar un buen rato, estas películas son una excelente forma de comenzar.

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