sábado, 5 de marzo de 2011

Entre plástica y café II



Pasó mucho tiempo de que escribí sobre mi descubrimiento de la obra del Maestro Rivera y ésta, en que cumpliré mi promesa de hablarles de la obra de mi amiga Verónica Elías Arriaga. El pasado miércoles 2 de marzo (raro día, lo se) se celebró la inauguración de la exposición Espejos de la Luna, aquí en el centro de Aguascalientes, dentro de un marco de intimidad y cercanía. Las conversaciones eran de todos y todos participaban. No quiero hablar propiamente de la exposición, ella habla por sí misma, quienes tengan la oportunidad de pasar a revisarla, estará dos meses en la galería del Centro Universitario, y sí prefiero hablar un poco de mi relación con la obra de la Elías. Espero poder separar mi juicio de la relación que me une a ella.

La obra de Verónica Elías es un constante narrar las inquietudes que la envuelven. En ella, como en pocas personas, se puede notar claramente el mundo mágico que la rodea. Los colores, las texturas, las superficies sobre las que trabaja, todo parte de un discurso pleno, directo, categórico. Insectos magnificados que develan nuestra pequeñez, metamorfosis constantes perfectamente delineadas: Contradicción expuesta. La profundidad de su obra, no radica en una forma filosófica de entender la plástica, nada hay de falso y panfletero en la obra de Verónica. Ella no navega con la bandera de la reflexión discursiva, ni con la máscara de la intelectualidad de tantos y tantos artistas, buenos y malos por igual. Por el contrario, ella se siente cómoda exponiéndose en sus lienzos, nada hay detrás. Todo está ahí, porque nada hay que esconder.






Alguna vez me preguntaba en que estilo quedaría su obra, ella, Verónica, lo definía -si es que es posible que un artista pueda hablar de su propia obra, una vez que se desprende de ella- dentro del Realismo Mágico. Por el contrario, yo pienso, seguramente equivocado, que lo que la Elías nos brinda, es una obra de un Mágico Realismo salpicado de un humor surrealista, capaz de enternecer las figuras más inquietantes. En ésta ocasión no fue en su estudio, ni fue con café, ni siquiera hubo charlas borgianas y notas de telediario, no; en ésta ocasión fue una galería, lugar donde debe de apreciarse una obra como la de ella, con un vino en la mano y charlas sobre lo que menos se imaginan, porque así es ella, alguien a quien no le gusta pavonearse como la enorme artista que es, sino como una más dentro de ese cuarto, que esta ahí y nada más, sin esa falsa modestia que tanto nos caga.


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