sábado, 21 de agosto de 2010

Carta de J. L. Borges a A. Reyes


Hacia un tiempo que no compartía con ustedes la correspondencia habitual. Las dos ocasiones anteriores involucraron a Cortázar, esta vez, es el turno de Borges de quién nada me atrevo a decir. En esta carta del argentino le cuenta al mexicano sobre la revolución en Argentina, el lanzamiento de su libro Evaristo Carriego y unos pequeños comentarios sobre la revista Monterrey.


¡Salve! Quiero, en primer término, agradecer la invitación de Monterrey, a quien remitiré unos borradores, apenas los dibuje un poco. No me tengo confianza; ya sabe usted que el borrador -como el anacronismo, el anatropismo y la errata- es también un género literario.


Quiere usted mi versión sobre los sucesos gloriosos. Juro que desde aquella tarde victoriana, no he vuelto a ver a la señora Saint, y sólo en contadísimas ocasiones, a la resplandeciente Haydée Lange. En cuanto a la Eliminación del Doctor, puedo asegurarle que,descontada su necesidad, su bondad final, su justicia, nos vale ahora su desagradabilísimo ambiente. La revolución (o cuartelazo con apoyo del público) es una victoria del buen sentido sobre la inepcia, la frecuente deshonestidad y ofuscación, pero esas malas cosas vencidas correspondían a una mitología, a un cariño, a una felicidad -a la imagen estrafalaria del Doctor, conspirador tácito en la misma Casa Rosada. Buenos Aires, ahora, ha tenido que repudiar su mitología casera, y frangollar motivos de entusiasmo con heroísmos en los que nadie cree y con el tema -insignificante para el espíritu- de que estos militares no roban. Sacrificar el Mito a la lucidez, ¿qué le parece? Shaw, indudablemente, lo aprobaría. No sé si escribo con precisión; antes (repito) poseíamos idiotez, pero con barulleros diarios opositores, con sus vivas y mueras, con una idolatría cómoda que florecía en las paredes, en las milongas y en las letras de tango; ahora, tenemos independencia con ley marcial, una prensa adulona, la tuñonada con escarapela perpetua y la ficción de que el régimen tilingo anterior era cruel y tiránico.


Espectáculos, pocos. Un tiroteo no letal de rifles en la Plaza Once, una ametralladora a media cuadra en la calle Junín, dos armerías saqueadas por un malevaje inseguro en la calle Rivadavia: esas visiones debo a la revolución, y se las agradezco.


Carriego, dentro de unos diez días, lo irá a ver.

De aquí muchísimos afectos, suyo en la espera,
Jorge Luis Borges, 1930.

1 comentario:

Silvia Teresa dijo...

Te comprendo, a mí también me pasa, será porque no somos valentones como el ranchero de Fox, para hablar de Borges, necesito que primero me lean mis derechos, pero qué bueno que festejes el 101 aniversario del natalicio de este cerebro, esto último valga como sinécdoque, con esta carta que le dirige a otro ser enciclopédico.