No hay tal cosa como “separación en
buenos términos”. Propaganda de la república del buenpedísmo para hacerse pasar
como los “muy maduros”. Ni madres, a mí sí me enoja que cuando se fue, se llevó
libros que eran míos, me enoja que los que compramos en común, ni siquiera se
tomó la molestia de preguntar quién se quedaba con cual, que de una colección
de 5 tomos, se haya llevado el dos, el tres y el cuatro. Me enoja que los
cuadros, que los discos, que las películas.
Me
enoja que se llevó la tapa de la cafetera, las tazas del café que más me
gustaban, y la tablita para el sushi. Me dejó en cambió su cepillo de dientes,
un vaso horrible que compramos en el estreno de una película, dos cabellos
flotando sobre mi lado de la cama y la toalla tirada en el piso. Dejó la
ventana abierta cuando iba a llover y la carne afuera del refri. Me dejó sus
vegetales congelados pero se llevó el helado. Se llevó mi suéter que usaba de
pijama y me dejó un rastrillo rosa colgando en el baño.
Me
dejó los planes de Oaxaca y se llevó el viaje al Distrito Federal. ¡Por qué te
llevaste a Miyazaki! ¡No tienes corazón! Se llevó el jazz y dejo un disco
pirata de U2. Ni siquiera tuvo la decencia de incendiar el carro como haría
Gabriel Lynch.
A
los breves días me mandó una factura, pero olvidó incluir una disculpa por
aquel vaso de whisky que dejó olvidado en un taxi.
Se
llevó mi receta de enchiladas al horno y me dejó una bolsa de tamales veganos.
Las
separaciones no son más que sumas y restas hechas con renuencia. Los
sentimientos se los dejo a Laura Restrepo para que se indigesten. Yo quiero
venganza, por eso me comeré la bolsa de gomitas y los waffles que olvidaste,
iré a esa presentación del libro a la que no podrás ir, comparé los muñecos que
siempre quisiste y les pintaré bigotes. Iré a los conciertos, a las plazas y a
los cafés, pero sobre todo: beberé leche directo del envase.
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