miércoles, 26 de octubre de 2016

Arte contemporáneo I

 “Si el arte es un reflejo de su tiempo, nuestro tiempo no tiene nada que decir”
            Leo lo escrito y me niego a creerlo. Estoy convencido de que nuestro tiempo tiene mucho qué decir. En la música, en la literatura, en la plástica. Creo (sí, así como acto de fe) que están por llegar los artistas que impulsarán el siguiente paso. Si al inicio del siglo XX tuvimos a Picasso, a Stravinsky, a Elliot, a Joyce, nuestra época no se quedará sin esa voz que nos describa con crueldad, sí, pero también con justicia.
 “El llamado “Arte Contemporáneo” no olvidó su pasado: lo negó”
            No se trata tampoco de acudir –como monaguillos al confesionario– a la tradición. Hay que abrazar la ruptura, sólo a través de ella se puede alcanzar la otra orilla. Duchamp dio el primer paso… los demás se limitaron a repetir y reproducir. Al negar su pasado perdieron el rumbo. Caminaron dando tumbos entre cajas en una habitación sin puertas ni ventanas. Se quedaron solos. Pronto empezaron a pensar que ese mundo que los rodeaba, ese caos, era su contexto, su historia y su voz. Era sólo una pinche habitación vacía. No derribaron los muros para salir, no rompieron con nada. Se quedaron quietos. No hicieron nada.
            Me niego rotundamente a creer que un tiburón flotando sobre formol, un cráneo con miles de diamantes incrustados o un chingo de cubetas apiladas son el siguiente paso de El Gran Vidrio, así como  me niego a creer que una serie de “emojis” algún día serán ¿leídas? Al lado de Four Quartets o de Piedra de Sol.
 “Si el arte es un reflejo del artista ¿Qué nos dicen estas obras de sus hacedores?”
            Nada. No nos dice nada. El tema no se queda en esto. Sería muy sencillo si un galerista o un editor decidiera por un convencimiento que no tiene por qué dar alguna explicación, arriesgar su dinero en exhibir, publicar o promover este tipo de expresiones. Para cada roto hay un descosido. El tema va más allá.
            Programas como el Fonca tuvieron un nacimiento noble. Su objetivo lo era, al menos. No así su cuna. Pareciera que cada programa que nace en el seno de la política está condenado a la corrupción. Lo que pretendía ser un semillero de creadores, terminó por ser un club cerrado a donde solo entran algunos señalados. No en todos los casos, afortunadamente. Celebro cuando, así sea por accidente, se les brinda el estímulo a creadores con verdadero talento. Pero cuando se utilizan recursos públicos para la creación de “poemojis” o para obras que se componen de una escoba y un recogedor, se cae en el terreno de la inmoralidad. Sí: es inmoral que le den dinero a un tipo que lo único que hizo fue ir a la tlapalería, comprar solvente, inhalarlo, y decir que la cubeta que le robó a su mamá es arte y que su calidad la determina su contexto. Ni madres.
            Por otro lado, legitimar o al menos tratar de hacerlo, expresiones tan pobres como colgar sacos en un museo o tratar de descubrir el hilo negro al hacer poemas sin palabras –¿Qué es Van Gogh, sino un poeta? ¿Y Gaudí? ¿Y Bach?, todos ellos son poetas que no necesitaron de palabras– lo único que consiguen es desnudar sus pobres intereses, su triste y patética ignorancia.

Sí, el Arte Contemporáneo es una mamada.

viernes, 21 de octubre de 2016

Bob Dylan.


Por razones que no vienen al caso, estuve algunos días ausente del mundo. No redes sociales. No periódicos. No radios. No televisión. No me enteré del Nobel a Dylan sino un par de días después. De inmediato las reacciones se acumularon en mi bandeja de noticias destacadas. Ni qué decir de Twitter. Todos estaban volcados a favor o en contra. Diré primero que al menos en esta ocasión hubo reacción. El año pasado lo que abundó fue una pregunta: ¿Quién?
            Digan lo que digan, la verdad es que nadie, o muy pocos, habíamos leído a Svetlana. Hoy ya me leí un par de sus libros y puedo decir dos cosas; la primera es que me gustó mucho su sensibilidad para tratar temas bastante delicados; la segunda es que nada de lo que escribe es su voz, sino la de terceros. Es decir, hoy la queja es porque se la dieron a un músico, el año pasado ni notaron que se lo dieron a una periodista. Hoy dicen que lo que se merece es un Grammy, el año pasado no se acordaron del Pullitzer.
            Para mí Dylan es casi Dios Padre. Deidades aparte. Tampoco estoy de acuerdo con el Nobel. La razón es simple y no tiene nada que ver con él, digo, discutir sus méritos es ocioso a la luz de que han dado el premio por menos. Muchos de los laureados con la medalla hoy no los recuerdan más que en la academia y eso no sé si sirva de mucho. No, el tema no son los méritos de Dylan, sino las cosas que esto puede provocar.
            Es decir, con el premio a Bob Dylan se abre una puerta por la que pueden pasar muchas cosas. Lo de menos es que ya se empezó a discutir con cierta seriedad a Cohen, que en hora buena, también lo merece, sino que en broma ya se nombran a otras figuras de la música.
            El premio Nobel no es el Rock n’ Roll Hall of Fame, aunque tampoco es tan serio como la Academia Sueca de las Artes quisiera. Ellos son responsables de los juicios que se emiten en su contra. El premio Nobel debería de premiar con cierta objetividad la calidad literaria de los escritores, es decir, de fondo, debería celebrar a la literatura, a esa torre de Babel construida de todas las lenguas, con lo que, tangencialmente, debería celebrar la otredad. No siempre lo hace, digo más, muy pocas veces lo hace. Cuando no va con la tendencia política del momento, atiende agendas de orden popular. Estamos a nada de ver  –así como ocurrió en los premios Oscar, una oleada en apoyo de DiCaprio sin importar si lo merecía o no– un tsunami en Twitter, Facebook, Instagram, etc., a favor de Murakami, por nombrar uno bastante sonado, como no se ha visto antes.
            Tampoco hay que azotarnos si algún día se lo dan, así como los mismos premios Oscar no siempre, casi nunca, premian a la mejor película, ni los Grammys al mejor disco, el Nobel no siempre acertará con la literatura. Todos estos son premios subjetivos, que si bien sujetos a ciertos parámetros verificables, no son sujetos a falibilidad. Jamás aceptarán que se equivocaron en un premio. Hay quien sigue pensando que Paz o García Márquez no lo merecían, sólo porque a ellos no les gusta tal o cual libro.

            No pasa nada con el premio en sí mismo, seguirá atendiendo a sus criterios subjetivos; mi dilema es que con la apertura del premio a Dylan puede entran de una vez por todas, porque ya tenía medio pie adentro, los intereses del mercado. Y es ahí donde sí  hay problema. El peso de la industria editorial no se compara ni cerca, con el la industria musical.

viernes, 7 de octubre de 2016

Inventario

No hay tal cosa como “separación en buenos términos”. Propaganda de la república del buenpedísmo para hacerse pasar como los “muy maduros”. Ni madres, a mí sí me enoja que cuando se fue, se llevó libros que eran míos, me enoja que los que compramos en común, ni siquiera se tomó la molestia de preguntar quién se quedaba con cual, que de una colección de 5 tomos, se haya llevado el dos, el tres y el cuatro. Me enoja que los cuadros, que los discos, que las películas.
            Me enoja que se llevó la tapa de la cafetera, las tazas del café que más me gustaban, y la tablita para el sushi. Me dejó en cambió su cepillo de dientes, un vaso horrible que compramos en el estreno de una película, dos cabellos flotando sobre mi lado de la cama y la toalla tirada en el piso. Dejó la ventana abierta cuando iba a llover y la carne afuera del refri. Me dejó sus vegetales congelados pero se llevó el helado. Se llevó mi suéter que usaba de pijama y me dejó un rastrillo rosa colgando en el baño.
            Me dejó los planes de Oaxaca y se llevó el viaje al Distrito Federal. ¡Por qué te llevaste a Miyazaki! ¡No tienes corazón! Se llevó el jazz y dejo un disco pirata de U2. Ni siquiera tuvo la decencia de incendiar el carro como haría Gabriel Lynch.
            A los breves días me mandó una factura, pero olvidó incluir una disculpa por aquel vaso de whisky que dejó olvidado en un taxi.
            Se llevó mi receta de enchiladas al horno y me dejó una bolsa de tamales veganos.

            Las separaciones no son más que sumas y restas hechas con renuencia. Los sentimientos se los dejo a Laura Restrepo para que se indigesten. Yo quiero venganza, por eso me comeré la bolsa de gomitas y los waffles que olvidaste, iré a esa presentación del libro a la que no podrás ir, comparé los muñecos que siempre quisiste y les pintaré bigotes. Iré a los conciertos, a las plazas y a los cafés, pero sobre todo: beberé leche directo del envase.