Me aterra la sed de venganza. Cada
vez son más frecuentes las noticias donde la gente está tomando la “justicia”
por su propia mano. No señores, no nos confundamos, eso no es justicia. Amputar
a una persona, asesinarla, quemarla, atarla a un poste, lincharla a machetazos,
eso no es, ni puede ni debe ser entendido como justicia.
Está
claro que nuestras instituciones carecen de prestigio, de confianza. El
resultado de eso es una inestabilidad social. Si a eso le agregamos la
impunidad y la corrupción, tenemos una fórmula perfecta para una bomba.
Ejemplos, muchos. En pocos años hemos “legitimado” las autodefensas, los grupos
vecinales, las guardias armadas en colonias. ¿Qué perseguimos con esto? ¿Hasta
dónde estamos dispuestos a llegar? ¿Qué precio estamos dispuestos a pagar? No
caigamos en el cinismo de decir que lo que perseguimos es justicia. Esto no es
justicia.
Ahora
está el caso de las mujeres que mataron en legítima defensa a un ladrón que
invadió su casa. No tengo razones para no creerles. Tampoco para no hacerlo.
Pero ellas ya ni siquiera son el tema, sino las decenas y decenas de
expresiones de odio y venganza. Estamos a punto de ver un desfile con antorchas
dispuestos a quemar a cualquier persona.
Hace
poco Alex Vázques proponía un ejercicio de reflexión válido. En circunstancias
como estas siempre nos asumimos víctimas. Y si por un error de esas instituciones,
o de esas autodefensas, o de esas guardias vecinales, fuésemos señalados como
responsables de algún delito ¿Cómo nos gustaría ser tratados? ¿Quién
preferiríamos que llevara nuestro caso? ¿Abogados y jueces o personas
enardecidas? No son pocas las personas que han sido linchadas sin haber
cometido un crimen. Sólo porque pasaron por el lugar equivocado a la hora
equivocada. Nadie ha ido preso por esos asesinatos.
Deberíamos
de ser más mesurados a la hora de emitir juicios de esta categoría. Solemos dar
pasos apresurados y nuestro margen de error es alto. Hay que tener presente que
estamos, nos guste o no, hablando de la vida de una persona.