A principio de los cuarenta en el
club Minton’s Playhouse, en Nueva York, se reunían casi todas las noches los creadores
de un nuevo sonido: Thelonious Monk, Kenny Clarke y Dizzy Gillespie. Décadas
atrás, reuniones de este tipo, encabezadas por Tristan Tzara y su Cabaret Voltaire, habían dado origen al Dadá
y con él al Surrealisme. Para 1944 ese
sonido en gestación llegó a la calle 52 donde Gillespie y Parker comenzaron a
trabajar con todas las posibilidades que les permitía. El bebop contenía la estructura tradicional del jazz, sí, pero era
otra cosa. Su construcción era más ágil, más trepidante, llena de vértigo.
El resto del texto en la Revista Parteaguas
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