El pasado 27 de junio se presentó en Aguascalientes el libro La Fila India de Antonio Ortuño. El evento tuvo lugar en el CIELA/Fraguas (Centro de Investigaciones y Estudios Literarios de Aguascalientes) y tuve la fortuna de estar invitado a la presentación junto con Edilberto Aldán, director editorial de La Jornada Aguascalientes, Mariana Torres, directora del CIELA y claro, Antonio Ortuño. A falta de poder reproducir todo lo que se comentó en la mesa -y fuera de ella-, les dejo las notas que tomé para mi participación:
La primera sensación que tengo ante este tipo de libros es la de meter la realidad en la casa de los espejos. El juego de reflexiones a la que se ve expuesta la reduce o incrementa casi arbitrariamente, todo está transfigurado. En este caso, el autor es el espejo y sólo él decide qué es lo que habrá de reflejar.
La Fila India es un retrato sórdido de una realidad evidente y desbordada: evidente por su cotidianidad y desbordada por su apatía. Realidad inasible, fugaz, a fuerza de rutinaria: realidad mecánica. Leemos o escuchamos o vemos las noticias sin distingo alguno, lo mismo deportes que sociales que la nota roja, la misma voz de infomercial taciturno resonando en el insomnio: un muerto más aquí, uno más allá. Una fila india de hormigas trabajadoras y retobonas.
Este es el escenario que nos presenta Antonio Ortuño. Una historia despojada de todo maniqueísmo. Aquí no hay villanos, tampoco hay héroes. Nadie trata de salvar a nadie porque su obligación de buen cristiano o su deber cívico le obligue. Aquí la gente hace lo que tiene que hacer. Irma, la Negra -personaje principal de la novela-, no se va a meter al sureste de México a resolver las masacres cometidas a centroamericanos por un sentido de hermandad, va porque lo tiene que hacer, porque es su trabajo, porque de ahí come su hija y tampoco se lleva a su niña para crearle un vago sentimiento de conciencia social, lo hace porque no le queda de otra. Hace su trabajo lo mejor que puede, pasa las horas en su oficina intentando ser medianamente útil. Si algo distingue a la Negra, es que al menos ella no es indiferente. Seguro habrá quien diga que no lo es precisamente porque acaba de llegar ¿cómo no ser indiferente cuando se lleva años metido en el infierno?
Si hay algo que verdaderamente me atrapó desde el principio es esto. Este volumen que Antonio Ortuño logró darle al personaje, esto que lo hace real. Un personaje más preocupado por el qué va a comer su hija, por si hizo la tarea o si tiene el uniforme de la escuela limpio, antes que por todo lo que pase a su alrededor. Un personaje más preocupado porque el padre de su hija le pase la pensión completa, uno que se preocupa por darle techo antes que vacaciones: los dramas personales siempre van antes que los sociales.
También esta Yein, víctima sobreviviente a un ataque dentro de un albergue para centroamericanos: víctima sobreviviente de morir quemada, pero no de su destino. Ella encarna el fondo de la historia. Migrante, violada, vejada, humillada, amenazada, viuda. Su sino es el Horror, así, con mayúscula. Su relación con Irma nace en el seno de la tragedia: está marcada por la tragedia. Una representa al Sistema y la otra ha padecido al Sistema. Hay empatía sin embargo: las dos han padecido. Cada una a tenido que atravesar a pie su propio infierno. Ella, Yein, está ahí porque no puede huir, la justicia que busca es alta y su precio es proporcional. Mas, cuando se le ha arrebatado todo, ¿Qué tiene que perder?
El resto de los personajes (el periodista, el delegado, el padre de la niña), todos en su conjunto resultan agudos, todos están bien definidos. Todos tienen pasado, pero es su presente el que importa. La Fila India es el escenario donde los personajes viven, no el diván donde lloran y se arrepienten. Nadie siente remordimiento, no tienen tiempo.
Ellos simplemente hacen lo que tienen que hacer.
Arrepentirse implicaría un acto de conciencia y ello, a su vez, implicaría haber tenido opción.
Debo confesar que a mí La Fila India en términos de realidad social, de crítica , me importa poco comparado con su valor literario. Lo que busco al leer una novela es que sin importar que lo que me cuenten tenga o no un sustrato real, esté bien contada. EL manejo del lenguaje, la resolución técnica de la trama. Y es aquí donde yo me recargo. El lenguaje empleado por Ortuño es áspero, casi agreste. En ocasiones tranquilo, pero de pronto hiere, punza. Las palabras saben a ceniza recién enfriada, a puñalada y a lamento. Las diversas voces de este libro son procaces, insolentes, sin premeditación, es decir: son naturales. Y ese lenguaje, justamente natural, tan propio de la conversación, permite que la narración fluya sin contratiempos: es eficaz. Su estructura poliédrica, construida por los distintos puntos de vista de los personajes, le da consistencia: no es parcial. No hay una sola voz. No hay juicios.
Son muchas lar virtudes que nos ofrece La Fila India, pero si he de escoger alguna, me quedo con esto: lo más difícil que hay en la literatura es desaparecer la voz propia de lo que se escribe, interferir lo menos posible, no emitir nuestras propias convicciones, en suma: no adoctrinar; y esto, Antonio Ortuño lo hace con maestría. La Fila India es una novela sólida, bien escrita, no una mera nota de semanario policial, y esto, yo como lector, es lo que le agradezco al escritor.
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