Es necesaria una crítica que sea comprometida no sólo con el futuro, sino también con el pasado; ¿o es que, al olvidar, no nos volvemos cómplices de los crímenes y de todas las atrocidades de nuestros ancestros? El renunciamiento, el desdé, la indiferencia: todos males engendrados y heredados; cadenas inseparables de la historia, en suma: la desaparición de todo Bien que poseemos.
Los rescates históricos, la visión crítica que lleva a la recreación, a la desmitificación mediante la humanización misma de los personajes que involuntariamente llenan las páginas de la historia, es una tarea que cada vez, se ve más y más sometida, a la apatía de las masas. Los contratos sociales han perdido todo sustrato teórico y descansan sobre la Doxa alienada de la historia oficial. Las estatuas de todos los héroes (inventados o no) sirven como cagaderos de palomas, ornamentos inservibles, el daguerrotipo de la abuela, imágenes que nada nos dicen sobre nosotros mismos. Hasta que alguien, decide salir de la oscuridad de su caverna personal y se pregunta: ¿por qué las cosas funcionan de un modo y no de otro? ¿Somos en verdad sujetos culturales? ¿Accidentes de la termodinámica? O simplemente: ¿Somos porque estamos? ¿Qué tiene que ver el pasado de mi patria conmigo? ¿Qué voces del pasado resuenan en mí, con la misma intensidad, que el propio latir de mi corazón? ¿Qué compromiso tácito, implícito, contraje con mi historia? ¿Con la Historia?
Víctor Manuel Carlos Gómez, historiador hidrocálido (por adopción y convicción, que es más valioso) recientemente publicó un ensayo sobre la vida y obra de una de las figuras más celebres de la corta e industrializada vida de Aguascalientes: Manuel M. Ponce. Así como Víctor quién realmente nació en Tijuana, ciudad fronteriza y de peligros dramáticos, Manuel M. Ponce, tampoco es natural de esta ciudad, él nació en la vecina ciudad de Fresnillo, Zacatecas; y a la corta edad de 4 años, su familia cambió su residencia a este lugar céntrico dentro de la geografía nacional. Tal vez de ahí nazca una fascinación inconsciente por la figura del compositor, y la consecuente necesidad de abordarlo de manera natural, como un igual y no como a una figura histórica de esas que cagaban ángeles y eran inmaculadas. Contextualizarlo sin otro fin, que el de entenderlo. Plasmar el rostro propio en el ajeno y generar un dialogo interno que resuelva todas las dudas que ya no son propias, sino de todo un pueblo. Encontrar en la visión histórica el respaldo a todo cuanto sucede, no como búsqueda de respuesta (que engreído sería eso), más que como consuelo, agua para el incendio de incertidumbre que calcina y destruye por dentro.
Manuel M. Ponce: El nacionalismo romántico, es el título de este ensayo que no rebasa las 80 páginas, porque no lo necesita, porque no es la intención emperifollarse de palabras. La brevedad, que gran trofeo. Pocos textos hay tan honestos como este, que parten de una premisa, simple tal vez, pero concreta; y que no se engancha con la avaricia de develar respuestas, de presentarse igual que un gladiador presenta la cabeza del León recién aniquilado, como trofeo, símbolo inapelable de su superioridad fálica. No, en este caso, jamás pierde de vista (Víctor quiero decir) su principal objetivo: entender a esta figura clave en el desarrollo cultural (particularmente musical) de este país, justo en su momento de ruptura, de cambió atroz. En los años nacionales de conflicto cíclico, de tesones de tierra ennegrecidos por la sangre derramada. De los cantos de desgarre, de flagelo. Las dictaduras inmemoriales, los personajes enmudecidos, los vaivenes irremediables: todo el peso de la historia sostenido en una nota interminable y trágica, como trágico es el sino de una nación hambrienta de todo. Las composiciones de este mexicano, nacionalista, ciudadano del mundo, que sonaron con estruendos de valquiria en las buenas conciencias de los mejores auditorios del mundo, siguen clamando por su verdadero lugar en el suceder cotidiano de una nación, que 100 años después, sigue caminando sobre lodazales de sangre, sobre conflictos de intereses de unos cuantos, sobre la hambruna.
Entender para entenderse, identificarse como parte del otro y de paso, descobijar un poco los píes fríos de las estatuas, que yacen frente a una fuente inamovible, en un marco verde y olvidado de alguna plaza de cualquier lugar del mundo, y pensar, porque no, si el ego nos lo permite, que alguno más, continuara la tarea, de darle rostro, nombre y dimensión a las estatuas, que están cansadas de que se caguen en ellas todos los días.
Los rescates históricos, la visión crítica que lleva a la recreación, a la desmitificación mediante la humanización misma de los personajes que involuntariamente llenan las páginas de la historia, es una tarea que cada vez, se ve más y más sometida, a la apatía de las masas. Los contratos sociales han perdido todo sustrato teórico y descansan sobre la Doxa alienada de la historia oficial. Las estatuas de todos los héroes (inventados o no) sirven como cagaderos de palomas, ornamentos inservibles, el daguerrotipo de la abuela, imágenes que nada nos dicen sobre nosotros mismos. Hasta que alguien, decide salir de la oscuridad de su caverna personal y se pregunta: ¿por qué las cosas funcionan de un modo y no de otro? ¿Somos en verdad sujetos culturales? ¿Accidentes de la termodinámica? O simplemente: ¿Somos porque estamos? ¿Qué tiene que ver el pasado de mi patria conmigo? ¿Qué voces del pasado resuenan en mí, con la misma intensidad, que el propio latir de mi corazón? ¿Qué compromiso tácito, implícito, contraje con mi historia? ¿Con la Historia?
Víctor Manuel Carlos Gómez, historiador hidrocálido (por adopción y convicción, que es más valioso) recientemente publicó un ensayo sobre la vida y obra de una de las figuras más celebres de la corta e industrializada vida de Aguascalientes: Manuel M. Ponce. Así como Víctor quién realmente nació en Tijuana, ciudad fronteriza y de peligros dramáticos, Manuel M. Ponce, tampoco es natural de esta ciudad, él nació en la vecina ciudad de Fresnillo, Zacatecas; y a la corta edad de 4 años, su familia cambió su residencia a este lugar céntrico dentro de la geografía nacional. Tal vez de ahí nazca una fascinación inconsciente por la figura del compositor, y la consecuente necesidad de abordarlo de manera natural, como un igual y no como a una figura histórica de esas que cagaban ángeles y eran inmaculadas. Contextualizarlo sin otro fin, que el de entenderlo. Plasmar el rostro propio en el ajeno y generar un dialogo interno que resuelva todas las dudas que ya no son propias, sino de todo un pueblo. Encontrar en la visión histórica el respaldo a todo cuanto sucede, no como búsqueda de respuesta (que engreído sería eso), más que como consuelo, agua para el incendio de incertidumbre que calcina y destruye por dentro.
Manuel M. Ponce: El nacionalismo romántico, es el título de este ensayo que no rebasa las 80 páginas, porque no lo necesita, porque no es la intención emperifollarse de palabras. La brevedad, que gran trofeo. Pocos textos hay tan honestos como este, que parten de una premisa, simple tal vez, pero concreta; y que no se engancha con la avaricia de develar respuestas, de presentarse igual que un gladiador presenta la cabeza del León recién aniquilado, como trofeo, símbolo inapelable de su superioridad fálica. No, en este caso, jamás pierde de vista (Víctor quiero decir) su principal objetivo: entender a esta figura clave en el desarrollo cultural (particularmente musical) de este país, justo en su momento de ruptura, de cambió atroz. En los años nacionales de conflicto cíclico, de tesones de tierra ennegrecidos por la sangre derramada. De los cantos de desgarre, de flagelo. Las dictaduras inmemoriales, los personajes enmudecidos, los vaivenes irremediables: todo el peso de la historia sostenido en una nota interminable y trágica, como trágico es el sino de una nación hambrienta de todo. Las composiciones de este mexicano, nacionalista, ciudadano del mundo, que sonaron con estruendos de valquiria en las buenas conciencias de los mejores auditorios del mundo, siguen clamando por su verdadero lugar en el suceder cotidiano de una nación, que 100 años después, sigue caminando sobre lodazales de sangre, sobre conflictos de intereses de unos cuantos, sobre la hambruna.
Entender para entenderse, identificarse como parte del otro y de paso, descobijar un poco los píes fríos de las estatuas, que yacen frente a una fuente inamovible, en un marco verde y olvidado de alguna plaza de cualquier lugar del mundo, y pensar, porque no, si el ego nos lo permite, que alguno más, continuara la tarea, de darle rostro, nombre y dimensión a las estatuas, que están cansadas de que se caguen en ellas todos los días.
Éste libro se puede conseguir en la librería del Instituto Cultural de Aguascalientes, perdonen que no ponga ni la foto del libro, pero los del ICA, que son los que lo editan, ni siquiera lo tienen en su página; nadie sabe que existe. Con éste, son dos los libros de amigos míos que se han editado bajo este sello, y los dos corren el riesgo de pasar inadvertidos. El primero, de mi amigo Juan Ignacio Macías Quintero: Problematicas de la arqueología en el sur-occidente de Aguascalientes o algo así, y el presente. Búsquenlo y adquiéranlo, no supera los 30 pesos, y por otro lado, si alguno de ustedes que siguen el blog, les interesa y son de cualquier parte del mundo que no sea este Estado, me comprometo a que Víctor me proporcione un PDF y se los hago llegar. Llevensela leve...
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