Bajo la voraz proclividad que nos define dentro de las propias reglas gramaticales con las que construimos las ideas que nos explican, decaemos en un mar de origen y cenizas lamentables y no menos inhóspitas. ¿Por qué ahora –me pregunto– llega esta necesidad de simplificación, de gramáticas parcas y de floreros sin nombre? Ya saben, como cuando dan las 4:49am y tú llevas la noche en vela porque las presiones fiduciarias con las que has decorado tu famélica visión de lo que se es -en un sentido ordinario, sin diatribas conceptuales ni adjetivos de aparador-, te determinan. Te levantas de la cama –donde no has fingido otra cosa que tranquilidad para no inmutar la ausencia de quién te hace falta– y lo único que justifica tu desvelo son las ganas de escribir, las ganas de mascarar tu naufragio inapetente, el sórdido velo de monóxido de carbono que disfraza tu cara de cliché y tu sonrisa de catálogo de Home Deppot.
Ya saben, de noche y sin escribir, viendo series de personas que son escritores que han dejado de escribir, y reconocerse en ese espejo nada grato y pararte como fingiendo que no pasa nada y ya saben las preguntas oficiales How many roads must the man walk down, before you call him a man y todas esas. Extrañarte y sentirte a medias, terminar de escribir esa novela que no bien acabas de empezar, pensar en ella en términos establecidos y plazos previamente fijados. El cigarro ocasional que aclara los pensamientos y acompaña las guitarras, porque no puedes dejar de escuchar música… y ya saben Dylan en Blood on Tracks no nos deja mentir, nos arranca la sonrisa y te descubres cantando quitado de la pena If you see her say hello, she might be in Tanger, she left me last early spring, is in living there i hear, say for me them i’m all right y no dejas de pensar en ella.
Dejas las palabras y las buenas intenciones en el cajón de tu mesita de noche y piensas en la edad y en que ya debes de pensar en el colesterol y todo lo que no fuiste, por descuido o por soberbia, se te agolpa en la garganta y no te deja hacer nada. Un día estás bien, miras a tu alrededor y estás casado y tu hijo no tiene dientes y sabes perfectamente que es la última vez que veras esa sonrisa hermosa, que los días conducirán tus pasos a la escuela y tratarás de ser un mejor padre del que fueron contigo y qué carajo, seguro lo lograras, pero en ese momento en que su sonrisa estalla y tú no sabes que el mundo no ha parado de girar, es irrepetible. Después no queda nada, vives con el recuerdo, que es lo único que te queda, navegando de la indiferencia a la apatía y de regreso.
Ya paso una hora y como no quieres seguir pensando en eso, cambiaste el disco y ahora estás escuchando a Radiohead que siempre te hace sentir bien, en el proceso tomaste y abandonaste un par de libros, las oraciones no logran alejar de ti esa imagen indescifrable: Habría que bailar ese danzón que tocan en el cabaret de abajo, dejar mi cuarto encerrado y bajar a bailar entre borrachos. Uno es un tonto en una cama acostado, sin mujer, aburrido, pensando, solo pensando. No tengo “hambre de amor”, pero no quiero pasar todas las noches embrocado mirándome los brazos, o, apagada la luz, trazando líneas con la luz del cigarro, y tantas otras sin efecto –ahora. Pero la música te distrae y la serie de televisión que estabas viendo, la del escritor que no escribe y pensabas tontamente que eres tú, ya hace rato que terminó y sin sentido te acercaste a la computadora a escribir todo lo que no sientes y no piensas, puesto que no eres tú el que escribe, sino la idea que has construido de ti. Te alejas de todos y recuerdas que lo que querías decir, aquello que sentías en la carne, como una necesidad atafaga y dolorosa, alguien ya lo había dicho mucho antes que tú: El cáncer del tiempo nos está devorando. Nuestros héroes se han matado o están matándose. Así que el héroe no es el Tiempo, sino la Intemporalidad. Debemos marcar el paso, en filas cerradas, hacia la prisión de la muerte. No hay escapatoria. El Tiempo no va a cambiar.
Ya saben, de noche y sin escribir, viendo series de personas que son escritores que han dejado de escribir, y reconocerse en ese espejo nada grato y pararte como fingiendo que no pasa nada y ya saben las preguntas oficiales How many roads must the man walk down, before you call him a man y todas esas. Extrañarte y sentirte a medias, terminar de escribir esa novela que no bien acabas de empezar, pensar en ella en términos establecidos y plazos previamente fijados. El cigarro ocasional que aclara los pensamientos y acompaña las guitarras, porque no puedes dejar de escuchar música… y ya saben Dylan en Blood on Tracks no nos deja mentir, nos arranca la sonrisa y te descubres cantando quitado de la pena If you see her say hello, she might be in Tanger, she left me last early spring, is in living there i hear, say for me them i’m all right y no dejas de pensar en ella.
Dejas las palabras y las buenas intenciones en el cajón de tu mesita de noche y piensas en la edad y en que ya debes de pensar en el colesterol y todo lo que no fuiste, por descuido o por soberbia, se te agolpa en la garganta y no te deja hacer nada. Un día estás bien, miras a tu alrededor y estás casado y tu hijo no tiene dientes y sabes perfectamente que es la última vez que veras esa sonrisa hermosa, que los días conducirán tus pasos a la escuela y tratarás de ser un mejor padre del que fueron contigo y qué carajo, seguro lo lograras, pero en ese momento en que su sonrisa estalla y tú no sabes que el mundo no ha parado de girar, es irrepetible. Después no queda nada, vives con el recuerdo, que es lo único que te queda, navegando de la indiferencia a la apatía y de regreso.
Ya paso una hora y como no quieres seguir pensando en eso, cambiaste el disco y ahora estás escuchando a Radiohead que siempre te hace sentir bien, en el proceso tomaste y abandonaste un par de libros, las oraciones no logran alejar de ti esa imagen indescifrable: Habría que bailar ese danzón que tocan en el cabaret de abajo, dejar mi cuarto encerrado y bajar a bailar entre borrachos. Uno es un tonto en una cama acostado, sin mujer, aburrido, pensando, solo pensando. No tengo “hambre de amor”, pero no quiero pasar todas las noches embrocado mirándome los brazos, o, apagada la luz, trazando líneas con la luz del cigarro, y tantas otras sin efecto –ahora. Pero la música te distrae y la serie de televisión que estabas viendo, la del escritor que no escribe y pensabas tontamente que eres tú, ya hace rato que terminó y sin sentido te acercaste a la computadora a escribir todo lo que no sientes y no piensas, puesto que no eres tú el que escribe, sino la idea que has construido de ti. Te alejas de todos y recuerdas que lo que querías decir, aquello que sentías en la carne, como una necesidad atafaga y dolorosa, alguien ya lo había dicho mucho antes que tú: El cáncer del tiempo nos está devorando. Nuestros héroes se han matado o están matándose. Así que el héroe no es el Tiempo, sino la Intemporalidad. Debemos marcar el paso, en filas cerradas, hacia la prisión de la muerte. No hay escapatoria. El Tiempo no va a cambiar.