sábado, 2 de enero de 2010

Y siguiendo con los buenos deseos... una de vaqueros


¿Caben las humanidades dentro de los esquemas posmodernistas?
El control del proceso global de la sociedad por parte de los hombres sólo puede llevarse a cabo cuando ésta supere su forma anárquica y se constituya en sujeto real, {…} por medio de la acción histórica.(Max Horkheimer)
La situación actual de las humanidades, es más peligrosa de lo que se podría suponer en un país con más de cien millones de habitantes. Increíble pensar que una masa poblacional de tales dimensiones este dirigida por eunucos incapaces de echar a andar un par de las miles de neuronas que habitan dentro sus nano-cerebros. Es así que intentar un discurso que trate de legitimar, a cualquier área humanista, resultará necesariamente una labor por lo menos épica.
Quizá resulte necesario replantear la pregunta que da titulo al presente texto. En un mundo ideal, la pregunta tendría –forzosa e inexcusablemente- que resultar absurda, ilógica, inadmisible e inapropiada; pero dadas las actuales circunstancias en las que desafortunadamente nos encontramos, es más necesaria de lo que se supondría. ¿Caben las humanidades dentro de los esquemas posmodernos? Tendría necesariamente que responder con una afirmación rotunda que no dejara lugar para las dudas de escritorio. Empero, los lineamientos prioritarios del aparato político en turno, han marginado nuestra labor con planteamientos demarcados en ámbitos de lo económicamente-justificable, provocando una aceleración en el desconocimiento de dichas labores. Para entender lo que se esta diciendo, debemos comenzar clarificando el término postmodernismo, para posteriormente abordar el tema de una manera más amplia y abierta.
El postmodernismo, no es otra cosa que la consecuencia de lo que fue la revolución industrial en el s. XIX d.C., tan influenciada por el positivismo, entendiendo por lo último, aquella actitud teórica que sostiene que el único y auténtico conocimiento o saber, es el saber científico. Le caracteriza una actitud crítica ante el humanismo tradicional, en especial el metafísico, y afirma que también las humanidades han de ser científicas. Para ello, el “espíritu positivo” es fiel a unos principios orientativos o reglas, que se mantienen en todas las filosofías positivas de las diversas épocas: la regla ontológica del fenomenismo, según el cual, la realidad se manifiesta en los fenómenos, y rechazar cualquier concepción de una esencia oculta más allá de los mismos; la regla del nominalismo, según la cual el saber abstracto no es un saber de cosas en sí o universales, sino de meras cosas individuales generalizadas; la regla que obliga a renunciar a juicios de valor y a enunciados normativos, en cuanto carentes de sentido cognoscitivo, y finalmente, la regla de la unidad del método de la ciencia, según la cual cabe pensar en un solo ámbito del saber, reducible a la observación y a la experiencia, en definitiva a una única ciencia, preferentemente la física.
Lo antes dicho sírvanos para entender que a partir de esta época cualquier posible solución de carácter hipotético quedaba automáticamente descartada, y la posibilidad de que algo sea, sin previa demostración, quedaba fuera de todo contexto aceptable para la sociedad del momento. Es aquí cuando surge el inconveniente del nuevo sistema de vida que se encontró ante un problema que lo superaba en demasía, y era el problema de legitimar su existencia como solución adyacente multifactorial, que permitiría dar respuesta a lo que el pensamiento humanista –según la ciencia- no podía resolver. Encontrando como respuesta un descrédito social, convirtiéndose –inevitablemente- en un mero metarrelato. Dejando sin embargo un desastre tras de sí. Una sociedad alienada, ofuscada e insatisfecha, que no creía en nada y que cualquier solución –llámese concreta o hipotética- resultase irrelevante, permitiendo por consiguiente que el neo-liberalismo surgiera como un medio de justificación existencial, convirtiéndonos en consumistas ambulantes.
Y esto funciona claro, por la aparente necesidad de autolegitimación del ser humano, cuestión que es en sí misma natural. El hombre desde el principio de los tiempos ha tratado de probar su necesaria existencia y, si en el siglo XVII de nuestra era R. Descartes dijo: pienso luego existo, el discurso contemporáneo sería: salgo en la tele… luego existo. Ahora bien, no se pretende clasificar dicho estilo de vida como nocivo, destructivo o inmoral: solamente se trata de categorizar dentro de su verdadero plano de funcionalidad, debido a que no se considera errado el vivir de esta manera, lo que se discute es el cómo… si es por conciencia de que el modo de vida que elegimos nos resulta más satisfactorio o es porque es el estilo de vida que copiamos del modelo de hombre o mujer que vemos en la tele.
¿Lo anterior cómo afecta la labor del humanista? Resulta sencillo exponerlo, ya que su tarea, lejos de buscar lo que “el hombre desea” –entendiendo hombre en su sentido más general-, busca inexorablemente lo que “el hombre necesita”, y eso por supuesto esta lejos de una vida deseable en pleno siglo XXI. Recordemos que con la llegada del materialismo moderno (comprendiendo por lo anterior en un sentido usual, el deseo inmoderado de poseer riquezas y bienes materiales. Materialista es la persona que, carente de ideales superiores, se entrega al disfrute de este tipo de bienes), se olvidó por completo que la moral no distingue raza ni etnia y “…frente a esta sociología idealista que cree suprimir la injusticia, al intentar apartar de las cabezas la creciente conciencia de ella, mediante la llamada renovación espiritual, la tendencia de la doctrina moral kantiana apunta hacia una sociedad, en la que la verdad que los quehaceres materiales están articulados hasta lo más mínimo y las posibilidades de desarrollo y la felicidad del individuo no están sometidas a ninguna graduación, ni abandonadas al destino (Max Horkheimer).
Siendo que el humanismo aspira a otro tipo de campo de interacción y sobre todo, dándole preferencia al hombre que a las cosas de las cuales se sirve, quedamos fuera de una visión utilitarista por parte de cualquier campo gubernamental. Esto porque en la búsqueda del saber en , sin mayor ambición, perdemos el interés por generar un capital que provocaría el ascenso de las plusvalías –esto en el sentido marxista-, acrecentando las brechas sociales.
Las humanidades buscan colocarse en un horizonte ajeno al materialismo moderno, por necesidad de supervivencia, entendiendo que no se puede competir con espacios mercantiles, además que no es en absoluto de su interés, ya que su labor no es generar (capital), ya existe demasiada gente en esto, a ellos no les toca responder sino preguntar, no les corresponde construir ¡por el contrario!, ¡deben destruir!, pero no se puede permitir caer en la falta de adjudicarle a estas palabras una connotación peyorativa, que limite el sentido de la oración a perderse en la burla de congresos, lejano a todo eso, comprendamos que si seguimos construyendo sobre pilares equivocados, no podremos crecer y todo será echado por la borda. Replantemos los discursos –hasta ahora- marginales y encontrémosle un sentido pragmático y funcional para nuestras sociedades. Retomemos valores morales y rediseñémoslos, de modo tal que satisfagan las necesidades de una sociedad cada vez más distinta y contradictoria, que navega con la mirada en el futuro, pretendiendo encontrarse en el reflejo del ayer.
No podemos permitir que gobiernos duros y carentes de interés para con las sensibilidades estéticas olviden lo verdaderamente importante para nosotros. Encontramos que los discursos con los que fuimos educados han sido trastocados en sus fibras más intimas por manos rígidas que no hacen otra cosa que vanagloriarse en sus des-topias. No olvidemos que “…en todos los movimientos revolucionarios habidos desde fines del s. XVIII, los intelectuales han desempeñado un papel decisivo. Se puede afirmar, sin temor de ser contradicho, que no pocas veces los intelectuales fueron la única fuerza revolucionaria que realmente importaba (Gabriel Carriaga)”.
Menciono a los intelectuales porque ellos han encabezado la mayoría de los movimientos revolucionarios o de cualquier índole. Es justo puntualizar que la expresión intelectual se utilizó originalmente para designar a la persona de una capacidad de penetración superior al término medio y de inteligencia considerable. Pero en esta era de la especialización en el rubro industrial, ha promovido que cada vez más se acentúe la brecha que existe entre el trabajo físico y el intelectual, todo esto al grado de que, recientemente, la automatización introdujo en una forma parcial un nuevo proceso regresivo; mismo que ha afectado la forma de entender lo que es realmente esencial y necesario para el hombre, y con esto, estamos presenciando un nuevo orden moral.
Lo anterior expresado se puede ver con facilidad, cuando reflexionamos que el número de humanistas en todo el mundo no aumentó, al menos de manera considerable o presumiblemente perceptible durante un lapso de 70 años (entre 1890 y 1965), aunque si bien es cierto que hoy hay más escritores que antes, esto resulta al menos hipotético si consideramos que el numero de aquellos que viven sólo de lo que escriben no ha crecido fundamentalmente; por el contrario el número de los naturalistas y tecnólogos ha crecido desmesuradamente en la misma medida de tiempo de, aproximadamente 60 mil a unos dos o tres millones (Gabriel Carriaga “Los intelectuales en el poder” ed. Sepsetentas. México 1972).
Se debe comprender que la labor del humanista esta centrada y sustentada en su inteligencia, misma que ha dejado de ser tan voluble como les ha parecido a algunos sociólogos, y que mucho menos es social o políticamente parte de una clase, como lo fue en los años cincuenta en nuestro país. Es precisamente de esta ideología de clase de donde surgen lideres retrogradas u autoritarios que hemos tenido los últimos años. De proseguir con esa idea, estos problemas serán el reflejo que perneara en las mentes de nuestros conciudadanos. Y a menos que nosotros elijamos un nuevo reflejo, esto no cambiará, seguiremos en un populismo que lleva como bandera la ignorancia, misma que es el alimento diario de esta gente con tan corta visión para captar en su compleja realidad, la verdadera multidimensionalidad de los diversos medios sociales.
Con todo esto se concluye, que sí existe un lugar para las humanidades en esta sociedad, solamente ellos pueden percibir esos pequeños cambios en los sistemas, y claro está, esto no se debe al tradicional ego del humanista, sino a que existiendo un conjunto de gente que lucha por salir adelante, asumiendo cada uno su rol, podremos echar a rodar ese balón que nos permitirá a todos jugar, porque será un balón de la gente y no del más egoísta, ya que: “la reflexión sobre la estructura de la sociedad burguesa deja fácilmente conocer el fundamento del estado anímico que se discute” (Max Horkheimer).
No podemos negar el hecho de que este orden de vida coincida con la producción de la existencia global, se debe a la pretensión de propiedad de los hombres, misma que ha conformado su aparato psíquico, llevándolo cada vez más cerca de un orden de vida in-sensible. Ni los sentimientos del sujeto, ni su conciencia cada vez más histriórica, ni la forma en que lleve su “llamada” felicidad, ni su preferencia teológica, lo logran sustraer de este principio que denomina vida. No hay duda de que el provecho económico representa la ley natural bajo la que se rige la vida individual. Y es precisamente a dicha ley natural a la que el imperativo categórico Kanteano se opone como patrón y “ley natural general”; la ley vital de las sociedades humanas. Aunque ante estas cuestiones encontramos que la irracionalidad del hombre se ve reflejada en el sufrimiento de las mayorías.
Por supuesto que al ser parte, todos participamos en el buen o mal desarrollo de cualquier estado o sociedad global y, sin embargo, tal parece que esto es aceptado como un mero suceso natural. El principal objetivo (dentro de este todo sin el cual no se puede determinar a ningún individuo en su esencia), no es percibido; sea por ignorancia o por falta de interés. De ahí que todo finalice dentro de una subjetividad, de un juego de interpretaciones y con ello lo que se logra es que cada uno tenga una falsa conciencia de su existencia, de su ser ahí, de su ser en este mundo, que el individuo actual sólo puede comprender como categorías psicológicas, como una simple síntesis de supuestas decisiones libres.
Ante todo esto el materialismo intenta exponer las relaciones verdaderas, a partir de las cuales surge el problema moral y que se reflejan, aunque de manera deformada, en las doctrinas morales, pero ante esto se podría argumentar que actuar moralmente buscando un beneficio económico no es necesariamente un acto racional.

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