La figura de Octavio Paz resulta, hoy más que nunca, necesaria para nuestra débil democracia. Vivimos un momento -demasiado largo, ya- en donde la apatía, el desdén y el derroche verbal, dominan el discurso público: ruido. No es un secreto que la prosa política pertenece a la más baja categoría: es retórica, estéril, artificiosa. En una época donde las revoluciones se resuelven en los memes y las causas se defienden en el Twitter, la defensa de la libertad, del lenguaje, de la crítica, por la que siempre luchó nuestro poeta, es fundamental. Tristemente, debemos afrontar, que a 17 años de su muerte no hemos aprendido a caminar por nosotros mismos, con nuestros propios pasos: no hemos logrado pensar solos. Qué lejos quedan ya los días de sus disputas públicas con Monsiváis, los días del encuentro Vuelta y Vargas Llosa, ya se sabe. Qué lejos estamos ya de Octavio Paz.
Enrique Krauze alguna vez dijo que Paz se murió con una pregunta sin respuesta: ¿qué cree que va a pasar? Octavio, el hombre, el poeta, el pensador, siempre tuvo a México como centro de su pensamiento y como tal, de sus preocupaciones: morales, intelectuales y sobre todo, estéticas.
Octavio fue un hombre en llamas y su obra lo es. Detrás de esa mirada azul, inquisitiva, habitaba un hombre que iba a caballo entre el compromiso y la responsabilidad social, y la libertad creadora. Esos y no otros fueron sus demonios. Era un hombre de pasiones. Su historia pertenece a la historia de las ideas. Participó activamente de su tiempo. Difícilmente encontraremos en los últimos 100 años una persona que haya tenido opiniones tan precisas por lo que lo rodeaba. Fue, como Nietzsche, un hombre que supo leer los signos de su presente, signos siempre en rotación, presente siempre perpetuo.
En el marco del centenario de su nacimiento se revivieron los viejos rencores, las infamias añejadas, las imposturas. Pero también -y esto es lo que importa- se le volvió a leer con entusiasmo. La historia le ha dado la razón, aunque tirios y troyanos ni se enteren, aunque los necios quieran seguir al pie de la batalla, combatientes. Su obra sigue viva. Sus versos inundaron las calles. El árbol de palabras, sauce de pelo suelto, sigue erguido.
Christopher Domínguez Michael es un historiador, ensayista y crítico literario que pudo atestiguar, vivir de cerca la "jefatura espiritual" -como él mismo la llama- de Octavio Paz. Formó parte del grupo de redacción de la revista Vuelta durante casi diez años, y desde ese lugar privilegiado aceptó un doble compromiso: el de escuchar y el de decir. Al lado de Octavio Paz pudieron discutir, participar más que presenciar, las ideas y las posturas. Paz fue, en este sentido, un guía moral. Los alentaba a pensar, a reflexionar, a dudar y a criticar. Si Octavio Paz fue fiel a algo durante toda su vida fue a la heterodoxia y a la disidencia. Nunca un punto fijo. Jamás adoptó, aunque coqueteó de cerca, una sola ideología. La ortodoxia es incondicional y con ello, ciega, sorda y sobre todo muda. Lo mismo se habría de esperar de la gente que lo rodeaba. Christopher Domínguez Michael, junto con Guillermo Sheridan, han respondido al compromiso, al "llamado crítico".
En medio de la llama doble, de la llama azul, Domínguez Michael a escrito una biografía, ha reconstruido una vida sobre un hombre polémico, sobre una voz viva. No es una biografía de consigna, militante. Es una biografía escrita desde la cercanía y por ende, apazionada. Octavio Paz en su siglo es un libro trágico en el sentido griego: es un destino inexorable. Es la respuesta a la voz: no es un eco. Concede pero sabe disentir. Escucha, pero tiene voz propia. No pertenece a las biografías de bronce: no pretende justificar. Nos presenta a un hombre pleno, complejo, seductor. Nos presenta a una inteligencia ardiente.
En los primeros capítulos observamos al joven Octavio Paz crecer en el seno de una familia de orden liberal. La presencia del abuelo es notable. Igual que las páginas que conocemos de la infancia de Borges, la infancia de Paz también se dio rodeada de libros. Una biblioteca de más de 5000 libros que el abuelo acumuló y que no dudó en poner a disposición del nieto. Las disputas del momento no sólo se vivían y respiraban en la calle, en casa también se alimentaban. Su padre, seguidor de Zapata, le enseñó al pequeño Octavio la importancia de la defensa de los derechos. Su tía y su madre, fueron las manos de la ternura. El mantel, pues, no sólo olía a pólvora, sino también a tiempo y a memoria.
Al entrar a la Escuela Nacional Preparatoria (ENP) en el antiguo colegio de San Ildefonso, conoce no sólo a sus maestros, que serán los que lo instigarán a seguir su llamado estético, su pasión, sino a los amigos entrañables que lo impulsarán a seguir su llamado al compromiso. Ambos, maestros y amigos, serán siempre el hilo tensado que sostendrá su equilibrio. Los maestros, poetas vanguardistas de la época: Pellicer, Villaurutia, Cuesta, le abrirán las puertas de Rimbaud, Proust, Joyce; los amigos, Huerta, Revueltas y Bosch, lo acercarán a Marx y a la Revolución. El camino político de Paz es complejo, no comparto la visión de los vendidos, ni de los bandazos; en todo caso, el camino político de Paz es el camino de su tiempo. No participó de un pensamiento fijo, petrificado. Entendió su momento y fue flexible. Supo oponer ante la ideología la fuerza de su conciencia. Él decía que Neruda había sido su enemigo más querido, se acercó de nuevo a Neruda en sus momentos finales, acudiendo a Guillermo Sheridan a que le leyera su obra, que al final, es lo único que importa de la vida de un poeta. Pero su distancia se puede rastrear hasta el momento de que la presencia desbordada del poeta chileno le exigía a Paz la lealtad al partido que había pactado con los Nazis, la lealtad al líder, la lealtad a Stalin.
Nada hay que decir de la pluma del biógrafo. Posee un estilo, domina un estilo. Es a un tiempo erudito y generoso. Si algo acusan esos capítulos iniciales es una dependencia a la cita, pero particularmente, a la autoridad de Sheridan y a las memorias de Elena Garro. Se podría decir que el primero es una autoridad en esos años iniciales del poeta y que la segunda es el testigo más cercano al Nobel mexicano, sin embargo, al ceder demasiado la voz, termina por perderse la suya. No llegaré a decir que esas páginas iniciales las pudo haber escrito cualquiera con la misma capacidad en el manejo de fuentes, pero sí, que no se necesitó de estar cerca del poeta para redactarlas. En todo caso, Christopher Domínguez Michael es una araña dedicada y laboriosa, que sabe tejer, de manera inmejorable, toda la información que llega a sus manos. El tejido es fino, sin ninguna costura áspera. Si esas primeras líneas son artesanales, él es un gran artesano. El artista, el escritor, el crítico brillante que todos leemos mes a mes en Letras Libres o en su columna, aparece más adelante.
El itinerario de viaje de Paz es accidentado, su cartografía es sinuosa, se mira, casi siempre, a través de cristales empañados, pero la maestría de Domínguez Michael nos lleva de la mano. Es nuestro guía mas no nuestro protector. No nos sitúa al margen de los peligros, lejos de eso, nos mete de lleno al centro de la flama, a la más viva controversia. Esta biografía es, sin lugar a dudas, el registro de un pensador. No cae en la tentación de hacer inventarios o catálogos aburridos y que nada aportan. Pero si nos nutre de datos precisos que son indispensables para entender el por qué de las polémicas de Paz. Nos presenta a su círculo de amigos, mejor dicho, a sus interlocutores. Actores polemistas de su tiempo todos. Es un detective severo y justo. Revela cosas de carácter íntimo pero no se distrae con el chisme fácil. No pierde nunca de vista su objeto, su búsqueda.
No ahondaré en más detalles sobre la vida de Octavio, el trabajo de su biógrafo es sobresaliente, en su lugar diré que Octavio Paz en su siglo es un libro que se deja leer de principio a fin sin accidentes, su prosa es fina y sus ideas son claras. En suma, este libro, junto con Poeta con paisaje de Sheridan, representa una postura franca, un testimonio crítico y una defensa leal, frente a toda la bruma confusa, profusa y difusa de que se valen sus detractores para deformar, ya que no pueden borrar, la figura de nuestro más grande poeta.
Empero, es preciso hacer un paréntesis y decir que al ir adentrándose en el follaje de sus hojas, se acusan dos ausencias, ausencias por demás imperdonables: la poesía y la plástica. De pronto, en esta imagen que nos presenta Domínguez Michael, se corre el riesgo de olvidar que ante todo, Octavio Paz, fue un poeta. Un poeta enamorado de la palabra y del color. Dicho de otra manera, el libro contiene poca poesía, digo más, la poesía termina por ser un accidente en esta biografía, la reduce al epígrafe de cada capítulo. Cierto, hay bosques de trabajos al respecto, pero en aquellos se pierde de vista al hombre y sólo se ve la obra; en cuanto a la segunda ausencia, están todos los pintores: Orozco, Tamayo, Duchamp, pero no su obra.Si Octavio Paz no hubiera sido un poeta y un pensador, de todos modos sería el más notable crítico y promotor del arte de nuestras letras.
Está el hombre mas no sus reverberaciónes.
No pretendo hacer con este texto una apología ni de Octavio Paz ni tampoco de Christopher Domínguez Michael, ninguno de ellos necesita de eso. Sus palabras hablan por sí mismas. Pero sí quiero terminar diciendo, que las últimas páginas del libro están redactados desde el dolor, desde la falta, emocional, moral e intelectual. Las últimas palabras son las palabras de un hombre que describe los momentos finales de su padre mientras agoniza. Hay dolor y el dolor no se esconde ni se exhibe: se expone. Son las palabras de un hijo que se está quedando huérfano. Conmueven y remueven. Por momentos recordé aquel maravilloso texto que le escribiera Alfonso Reyes a su padre (Oración del 9 de febrero). Esas palabras de Don Alfonso "son una de las piezas más perfectas y más conmovedoras en la historia de la prosa hispanoamericana, testimonio del amor filial y de la distancia irreparable". Estas palabras que dijo al respecto del texto alfonsino Christopher Domínguez Michael, bien se podrían decir de su capítulo final.
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