He estado un tanto reflexivo desde hace unos días y la verdad, no he podido sacar de mi mente una serie de acontecimientos que tuvieron lugar en el espacio inmemorial de mi juventud. Todo esto surge de una serie de preguntas en las que me vi envuelto… fue como si de pronto todo el deshilado de mi vida cobrara una repentina y hambrienta animosidad, dando lugar a la reconstrucción de lo que fue mi existir y el modo en que se fue estructurando, para finalmente, dar pie al edificio que es, que soy. Tal vez tenga razón aquel científico que afirmó que todos y cada uno de los momentos que acontecen en nuestras vidas se imprimen cuales huellas dactilares en todos los espacios de nuestras memorias y que llegado el momento resurgen con más fuerza… Posiblemente no tenga sentido, quizás sea sólo que de pronto me empiezo a sentir viejo y solo…
Es tan brutal la fuerza de este silencioso silencio, que quisiera brincar de cabeza contra la fría acera para al menos hacer algo de ruido… quizá la soledad no sea tan mala después de todo, cosa de acostumbrarse a la callada compañía de mis gritos que no gritan, que no callan. Mirar las paredes grises de ese cuarto que es mi alma, que es mi cuerpo, que es mi tumba ¡que soy! ¿qué soy? ¿qué es mi tumba? ¿qué es mi cuerpo? ¿qué es mi alma? ¿qué es mi cuarto? La desesperante desesperación de desconocer las cosas por las que uno vive, por las que uno muere. Esta gran nostalgia de la muerte que tengo, de pronto se esta enfermando de vida, de pronto me dice que en algún tiempo, en algún lugar, yo también reí… yo también viví. Que yo también supe ser feliz y desenfadado, líricamente hambriento de pasos, de senderos, de caminos. De lugares que condujeran a aventuras serpenteantes que procurarán escarpados horizontes, llenos de fantasías que originaran esa realidad que me aleje de mi fantasía de vivir, de mi ficticia vida, sin rechazo al dolor. ¿Por qué será que rechazamos el dolor? Tendrá que ser porque el dolor nos compromete a vivir. Y no podemos alejarnos ni un instante de él. Particularmente de un tiempo para acá, he sentido mayor contacto con un nuevo y extraño amigo. Quizá esta amistad surja de la perdida, del desprendimiento, de la aceptación… Muchas mentes brillantes han lucubrado ya estas mismas palabras, los mismos sentimientos, las mismas sensaciones. ¿Qué nos hace diferentes? Finalmente nada. Humanos al final de cuentas, humanos que se descubren vivos. El mundo ha sido creado por el dolor; no por Dios no por el Diablo: por el dolor. El dolor es por principio el demiurgo del mundo. Que cobardía huir de tan preciado anfitrión. Que egoísmo no poder ofrecer otra cosa que nuestra fría espalda. Se podrá –quizá– cerrar los ojos para no verle más. Empero, no seriamos otra cosa que necios, necios en el centro del planeta que cavilan que mutilando sus ojos desaparecerán el mundo, el mismo que Henry Miller consideraba como un cáncer que se devora a sí mismo. Un caníbal.
Es tan brutal la fuerza de este silencioso silencio, que quisiera brincar de cabeza contra la fría acera para al menos hacer algo de ruido… quizá la soledad no sea tan mala después de todo, cosa de acostumbrarse a la callada compañía de mis gritos que no gritan, que no callan. Mirar las paredes grises de ese cuarto que es mi alma, que es mi cuerpo, que es mi tumba ¡que soy! ¿qué soy? ¿qué es mi tumba? ¿qué es mi cuerpo? ¿qué es mi alma? ¿qué es mi cuarto? La desesperante desesperación de desconocer las cosas por las que uno vive, por las que uno muere. Esta gran nostalgia de la muerte que tengo, de pronto se esta enfermando de vida, de pronto me dice que en algún tiempo, en algún lugar, yo también reí… yo también viví. Que yo también supe ser feliz y desenfadado, líricamente hambriento de pasos, de senderos, de caminos. De lugares que condujeran a aventuras serpenteantes que procurarán escarpados horizontes, llenos de fantasías que originaran esa realidad que me aleje de mi fantasía de vivir, de mi ficticia vida, sin rechazo al dolor. ¿Por qué será que rechazamos el dolor? Tendrá que ser porque el dolor nos compromete a vivir. Y no podemos alejarnos ni un instante de él. Particularmente de un tiempo para acá, he sentido mayor contacto con un nuevo y extraño amigo. Quizá esta amistad surja de la perdida, del desprendimiento, de la aceptación… Muchas mentes brillantes han lucubrado ya estas mismas palabras, los mismos sentimientos, las mismas sensaciones. ¿Qué nos hace diferentes? Finalmente nada. Humanos al final de cuentas, humanos que se descubren vivos. El mundo ha sido creado por el dolor; no por Dios no por el Diablo: por el dolor. El dolor es por principio el demiurgo del mundo. Que cobardía huir de tan preciado anfitrión. Que egoísmo no poder ofrecer otra cosa que nuestra fría espalda. Se podrá –quizá– cerrar los ojos para no verle más. Empero, no seriamos otra cosa que necios, necios en el centro del planeta que cavilan que mutilando sus ojos desaparecerán el mundo, el mismo que Henry Miller consideraba como un cáncer que se devora a sí mismo. Un caníbal.
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