Una mujer se detuvo delante de dos espejos encontrados y de pronto, apareció frente a mí, una humanidad completa. Al saber esto, la mujer no pudo con el peso de la historia y se desmoronó de tristeza. Entonces comprendí que con la caída de una mujer, caería la humanidad entera. Los espejos resultan ser –detrás de toda visión poética- esa gran ventana que nos permite mirar, sin obstáculos, a esa gigantesca calle, llamada Progreso.
Es suficiente con ponerse delante de él, para darnos cuenta de todo lo repulsivo que hay en esta idea. Borges dice: Los espejos y la copulación son abominables porque multiplican el número de hombres. ¿Alguien tiene algo que añadir? Si te paras frente a un espejo el suficiente tiempo, comenzarás a desconocer tu propio rostro, siendo lo más apropiado decir, que comenzarías a conocer tu propio rostro, tu naturaleza recóndita y súbita. Verás cosas desconocidas y no siempre gratas, que te conducirán a profundas reflexiones gesticulantes y ficticias. Solipsismos irremediables. Los espejos solamente saben caminos que llevan a los pies de una estatua asesinada, ensangrentada de su sombra. Los espejos son gigantes atrapados, que no saben lo que es el tiempo, ese enorme río que arrastra y desaparece todo lo que nace, ese lugar donde siempre, siempre, es hoy, donde el recuerdo del pasado se cohesiona con el falso futuro, en un grito de esperanza perdida.
De ser verdad que los ojos son la ventana del alma, necesariamente los espejos serán esa retorcida llave que abrirá de par en par dicha ventana. Debería de estar prohibido ver dentro del alma del hombre, así sea producto de un accidente axiomático y termodinámico. El alma es esa parte de nosotros que no debería ser alcanzada por ningún anhelo de trascendencia humana.
Si entendemos la poética idea que tenía Platón sobre el alma, veremos el por qué hay que impedir que salga de la cueva –que se llama cuerpo- donde se mantiene cautiva. Esconderla de la fútil idea de ser feliz. Hay que transformarse en el gran felón que, los políticamente correctos, esperan. Hay que sucumbir en el patíbulo de la moral.
Pretender que el alma, se rija por la moral, es condenarla a la razón humana, a esa tremenda divagación, a esa fórmula lingüística, a ese sofisma inquebrantable. La Moral y el Alma juntas, sería como juntar a Dios y el Diablo en una incestuosa relación, sometida a artificios lógicos demostrables, tesis y antítesis huérfanas de síntesis: la vacuidad.
El alma, la moral y la razón, partes oscuras y desconocidas a las que no debe tener acceso los sentimientos del hombre. Edificaría monumentos insoslayables a su vanidad y su ego. Demonios humanos que nos han llevado a rebasar horizontes, tal vez, demasiado lejanos. A caminar sobre ambiciones desmedidas, con los ojos abiertos y la mente cerrada, haciéndose siempre la pregunta equivocada: puedo en lugar de debo. Pavimentaron sus caminos, solidificando sus impenetrables pensamientos, sus positivismos y pragmatismos, sus marxismos, sus retóricas teológicas, sus evolucionismos, castrando y castrando, inventando y retorciendo, destruyendo y removiendo. Que la historia hubiera copiado a la historia ya era suficiente pasmoso; que la historia copie a la literatura es inconcebible… (JLB) Ante espectáculos de ese tipo, no nos queda más que gritar: Alma mía no te mires en ese espejo de progreso y soledad.