Por fin puedo mostrar lo que desde hacía semanas tenía ganas. Pues resulta que estuve repasando alguno de los escritos que he hecho y que por una u otra razón se han ido quedando empolvados en el camino, y me encontré con este pequeño texto que hice sobre el psicoanálisis hace ya mucho tiempo, en mis años de academia. El resultado fue un ensayo forzado, ha razón de capacidad por supuesto, pero creo que después de una pequeña repasada y corregida, deje un texto menos pesado (petulante), sin duda la distancia de los años ayuda a ver los errores de juicio (nocivo juicio). No ha dejado de ser un texto académico en todas su formas, pero creo que ahora resulta una lectura más ligera que en su versión original. Sé de antemano que ha pesar de los recortes sigue siendo largo, así que si les resulta más fácil, pueden optar por copiar el texto, pegarlo en un documento de Word, y después de leerlo, el indispensable suprimir. La terminología empleada, no deja de ser necesaria, pero si de pronto se torna rebuscado el lenguaje, perdonen la falta, quien no cree que pude hacer algo verdaderamente significativo cuando tiene 20 años. Entonces, si no tienen algo mejor que hacer, o mejor aún, si están leyendo esto de noche y no pueden dormir, seguro esto les quitara el insomnio.
La ética y el psicoanálisis.
Freud y la ética.
Ética y psicoanálisis no constituyen, ciertamente, dos ordenes inconexos, sino interdependientes. Una de las tareas propias y fundamentales de la teoría ética es precisar el alcance de esta relación con el propósito doble de reconocer, a la vez que la inter-dependencia entre ética y psicoanálisis, la necesaria in-dependencia y la irreductibilidad de una esfera a otra en sus dos respectivos niveles: teórico y práctico.
Una de las consecuencias del vuelco revolucionario de la creación freudiana pudiera ser esta confusión de los órdenes y hasta la aparente absorción de los problemas éticos en los problemas psicológicos. Pero en el orden teórico de los problemas más radicales y universales que se plantea la ética está el de poner en cuestión, no ya una moral histórica o una tradición moral determinada, sino los fundamentos mismos de toda moral posible y de toda proyección ética de la vida humana.
El psicoanálisis conlleva una nueva idea del hombre en la cual la condición libre, racional y moral de éste no parece claramente asegurada; en la cual, precisamente, quede abierto el problema de la autonomía de lo ético. Toda problemática teórica de la ética resulta, movida de su lugar, desplazada, desenfocada, cuestionada y en suspenso ante los nuevos problemas planteados por ese mundo “oculto” de los impulsos y deseos inconscientes avizorado por la “psicología profunda” que inaugura Freud.
En definitiva, la interpretación freudiana de la cultura pone realmente en crisis gran parte de los cimientos y de los contenidos de dicha cultura, sobre todo en el campo de la moralidad en general. Y “crisis” implica quiebra, ruptura, estado de suspenso y vació, trance de “vida o muerte” del que cabe esperar, tanto resultados negativos como positivos.
El concepto de crisis es esencialmente histórico y, sólo cobra su plena significación sobre la base del reconocimiento de la constitutiva historicidad de todo lo humano, por lo cual el hombre no tiene una naturaleza inmutable, sino que “va haciendo su ser en el tiempo”; la crisis teórica radica, precisamente en que la ética no tiene del todo asegurado su objeto: en que está cuestionado el sentido mismo de “lo ético” en general.
La crisis contemporánea del sentido ético de la vida.
Lo que se encuentra (y puesto en tela de juicio), es la existencia moral de los hombres, el sentido de “la moral”. La crisis ética del presente es el agravamiento extremo y progresivo de la destructividad, de la violencia, del odio, del estado de guerra generalizado que penetra en las personas y en las naciones, totalizando la existencia.
La crisis contemporánea es crisis de algo más orgánico, más básico e integral: del sentido ético de la vida. La crisis del sentido ético es crisis del hombre mismo, de la posibilidad humanizante por excelencia, que es la moralidad. Asimismo, el sentido de algo se refiere a la dirección u orientación del movimiento; es su rumbo o su ruta, y hasta su íntimo impulso.
Pero crisis no es muerte y ni siquiera implica agonía y necesaria extinción. Toda crisis es un fenómeno negativo del cual son manifestación alarmantes estos signos, incuestionablemente destructivos, de interrupción del sentido moral, de deshumanización y de efectiva amenaza de muerte; pero no por necesidad estos fenómenos tiene sólo consecuencias y significados negativos. La crisis misma puede contener indicios positivos y de ella puede sobrevenir el movimiento opuesto.
¿Pero cuales pueden ser los signos positivos de la crisis moral contemporánea? ¿Qué tanta falsedad y patología de la moral han sido arrasadas en el proceso destructor para que eventualmente puede germinar una nueva y genuina existencia?
Toda destrucción es el momento de una nueva fundación. En distintos contextos, el buen espíritu no puede dejarse aniquilar por la presencia de lo negativo, de la ausencia, de la desolación y de la muerte; que la negatividad misma es ambigua: negativa y positiva, al mismo tiempo; que el ser, la luz, la esperanza son siempre posibles, aún en los limites más extremos de la negación.
Reconocer las tinieblas morales de nuestro tiempo ni implica no vislumbrar los indicios reales de la moralidad latente, las potencialidades de una posible reconstrucción moral y hasta las ganancias efectivas que, en el orden ético, ofrece la civilización contemporánea. Este es el mismo sentido que nos obliga a admitir necesariamente que ninguna esperanza futura, ninguna vida venidera, por prometedora, justa y bondadosa que sea, nos compensa ni nos exime del reconocimiento del mal actual, de la negación del sentido ético, aquí y ahora.
Freud y la crisis. La ambivalencia de la creación freudiana.
El inconsciente coincide, en efecto, con el trasfondo original de la vida, el cual es fuente de todos los impulsos, matriz única de toda la energía. El psiquismo inconsciente está clavado en la naturaleza, naciendo de ella y desde ella; reconocerlo es reconocernos en nuestra condición originara e irrenunciable de seres de la naturaleza; es recobrar nuestra estirpe terrenal, “carnal” e irracional.
El nivel inconsciente pasa a ser en Freud algo equivalente a lo que había sido para la metafísica clásica el orden del “verdadero ser”, como le llamaron los griegos, con las mismas características que éste; el orden de lo “in-temporal” e “in-visible”: la realidad “en sí misma”.
Pero no sólo estas cuestiones “mitológicas” y axiológicas que se expresan pasan de un orden objetivo al fondo de la subjetividad. Implícita hay también en el pensamiento freudiano un giro antropocéntrico en el orden verdaderamente metafísico, es decir, estrictamente ontológico y epistemológico: la prioridad en el orden del ser y del conocer.
Y es verdaderamente significativo ahora en estos términos de conciencia e inconsciente, el viejo prejuicio metafísico del dualismo entre “la apariencia” y “el verdadero ser”: entre fenómeno y noúmeno; sólo que ahora para el psicoanálisis, el noúmeno, el ser “en sí” invisible, no es lo supremamente racional.
De cualquier forma, lo decisivo es que la duda de “las apariencias”, que ha sido la gran constante en toda tradición metafísica, adquiere en Freud una nueva y extrema significación y es aplicable ahora a las expresiones conscientes y racionales del hombre. Ahí en ese reducto último, en esos confines vivenciales, es donde está presente la vida fundamental, según Freud; ahí donde se manifiesta la verdad decisiva del alma humana.
Y este reducto egocéntrico, no sólo es fundamental para Freud, sino cronológicamente inicial en el proceso de la vida humana; o sea, es el núcleo infantil el que remite a las primeras, las más arcaicas o “arqueológicas” experiencias de la vida: las que modelan el psiquismo y quedan ahí indelebles, mientras dura la vida del individuo. Y es que, en definitiva, Freud recae de manera constante en las grandes oposiciones y dualidades de la vida humana: “naturaleza” y “cultura”; “infancia” (pasado) y “madurez” (presente); “individuo” y “sociedad”.
Ante el problema de los contrarios y las contradicciones suelen darse tres respuestas posibles: la primera es la solución “lógica” que, precisamente sobre la base de la “no contradicción” establece la alternativa absoluta: lo uno o lo otro, y la necesaria y reciproca exclusión de los contrarios. Otra respuesta dualista, “antinómica” que reconoce la contradicción como algo insuperable, de manera que ninguno de los dos contrarios pueda excluir al otro: ambos son igualmente presentes, igualmente opuestos sin posibilidad de que la contradicción se resuelva o se decida por el triunfo o la hegemonía de alguno de los contrarios. Ésta sería, justamente, la tercera respuesta: la cifrada en la posibilidad reconciliación dialéctica: de “armonía”, unidad o implicación recíproca de los contrarios. De acuerdo con ésta concepción, los opuestos son relativos uno al otro, de manera que, oponiéndose entre sí, no obstante constituyen una unidad indestructible que es la que explica a todo dinamismo.
Y ésta última es la más frecuente en él, pero no la única manera de dar razón de las dualidades y contradicciones, porque también parecen encontrarse en el pensamiento freudiano las otras dos concepciones.
Ni en éste, ni en otros casos, la posición de Freud es unívoca y simple, sino que, por el contrario, lo más significativo es el carácter multívoco y ambivalente de su pensamiento: tan ambiguo y ambivalente como la crisis misma en la que él está inmerso como parte determinante, y a la vez determinada, de la situación.
Conclusión.
El psicoanálisis freudiano desde su surgimiento no ha dejado de sorprender a propios y extraños. Freud como figura central de la psicología hizo probablemente la aportación más grande a ésta rama de estudio. Por muchos criticado y por muchos considerado el último de los grandes pensadores; lo único cierto en todos los casos, es que nadie puede negar su influencia y su relevancia en la forma que tenemos de construir y de explicar el mundo.
Todo lo referente a la crisis que se muestra, nos trae como resultado un desequilibrio: el de la emocionalidád del sujeto, que repercute claro, en todas las esferas sociales en las que se desenvuelve cotidianamente (social, laboral y emocional). El individuo no es sólo naturaleza, es cultura, es emocionalidád. Y producto de estas emociones, y los mensajes contrapuestos en el psiquismo del mismo (el yo, el súper yo y el ello), hacen que nuestro individuo no sepa como reaccionar ante las diferentes problemáticas que se le presentan. Es en éste sentido, que las respuestas que nos ofrece el psicoanálisis, parecen ser las más acertadas en términos pragmáticos.
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