lunes, 21 de julio de 2014

A pesar del oscuro silencio - Jorge Volpi

Jorge Cuesta es algo más que un poeta, es una voluntad crítica, una inteligencia pura. Sus breves poemas son testigos fundamentales de su genio creativo. Perteneció a una generación de poetas no menos brillantes. Nombres como Villaurrutia, Gorostiza, Novo, Pellicer, Owen, Torres Bodet, Gonzáles Rojo y Ortíz de Montellano, no necesitan presentación. Su obra habla por ellos: es una obra viva, que todavía no ha dicho sus últimas palabras. Mientras unos escribían desde el centro del torbellino –poseedores de espíritus polémicos–, los demás prefirieron el silencio: Cuesta era uno de ellos; mientras la mayoría se encontraban fascinados con las nacientes vanguardias: Joyce y Eliot, dentro de las lenguas inglesas, Mallarme en la lengua francesa y Huidobro entre los nuestros, Jorge Cuesta se distinguió por volver la vista atrás, hacia un pensamiento crítico. Leyó con atención a Voltaire y a Nietzsche, a Baudelaire y a Rimbaud. A lo largo de estas páginas encontró su expresión y modeló su sentido crítico, agudizó su voluntad y su inteligencia.
            Si bien la mayor parte de la obra de Jorge Cuesta está vertida en sus ensayos, muestra clara del tamaño de su curiosidad, son sus poemas los que desconciertan, por un lado, debido a su sintaxis apretada, al hermetismo de sus versos perfectamente medidos y por el otro, a la profundidad y extrañeza de su temática: más filósofo que poeta, más crítico que sensible y sin embargo, llegaba a sus destinos por su afinada intuición.
            Cuesta es, quizá, el único poeta, el único espíritu verdaderamente maldito de nuestras letras. Un hombre que hizo de su vida un misterio y de su obra una seducción. Al igual que Gorostiza y su Muerte sin fin y que Villaurrutia con su Nostalgia de la muerte, Cuesta nos legó uno de los más grandes poemas de su generación: Canto a un dios mineral. “El Canto es más que un poema sobre los estados y transformaciones de la materia inerte, como lo ha visto Salvador Elizondo; el Canto es por el contrario el resumen de una vida, una búsqueda y también –hay que decirlo– de una muerte” nos cuenta Volpi.
            La forma tan dramática de su muerte, sus relaciones, su presencia siempre ausente, sus obsesiones tan bien definidas, hacen que su obra nos resulte fundamental y su figura inolvidable.
            Es todo lo anterior y más aún lo que condujo a Jorge Volpi a escribir A pesar del oscuro silencio. Suerte de novela, biografía, ensayo: narración híbrida de extraordinaria manufactura, poseedor de un manejo del lenguaje pleno, sin todos esos ripios que tanto detestaba Borges. Este libro encarna la economía literaria: apenas 115 páginas que resultan suficientes para contarnos dos historias. La primera, claro está, la de Jorge Cuesta; la otra, la de Jorge, un escritor (quizá el mismo Volpi) que encuentra una simpatía y una empatía por el poeta y decide rastrearlo: ir tras él, detrás de sus huellas, encontrar lo perdido. La simetría de planos y la similitud de las circunstancias no atenúan el doloroso desenlace; el del primero bien conocido, el del segundo, predecible.
            Retos de este tipo resultan sumamente complicados por el peso intelectual del personaje que se pretende ficcionar,  porque es muy fácil recargarse en los excesos: por un lado, se puede caer en la adulación gratuita y por el otro, en la inflexibilidad que conduce a la inmovilidad: se termina por no decir nada. Jorge Volpi sortea todos estos escollos con una maestría envidiable
            Es justo decir que esta no es sólo una novela escrita para los amantes devotos de la obra de Jorge Cuesta, es también una invitación para los que no lo conocen, pero sobre todo, es una novela que vale por sí misma. Una novela de una trama sólida, de una estructura y un argumento a prueba de falla, de personajes –ficticios o no– perfectamente bien definidos.