viernes, 14 de enero de 2011

Para entrar al jardín - Juan José Arreola



Tome en sus brazos a la mujer amada y extiéndala con un rodillo sobre la cama, después de amasarla perfectamente con besos y caricias. No deje parte alguna sin humedecer, palpar ni olfatear. Colóquela en decúbito prono (ventral), para que no pueda meter las manos y arañarlo. Incorporese con ella cuando esté a punto de caramelo, cuidando de no empalagarse. En el momento supremo, apriétele el pescuezo con las dos manos y toda la energía restante.



Para facilitar la operación se recomienda embestir de frente sobre la nuca para que no pueda oírse un monosilabo. Suéltela y sepárese de ella cuando el corazón haya dejado de latir y no haya feas sospechas de necrofilia. Colóquela ahora en decúbito supino (dorsal) y compruebe el reflejo de pupila. Por las dudas, ascúltela con el estetoscopio que habrá pedido prestado a su vecino, el estudiante de medicina. Ciérrele los ojos, sáquela de la cama y déjela enfriar, arrastrándola hasta el cuarto de baño. Si tiene a mano un espejo, póngaselo sobre la cara y no la vea más.



Previamente habrá usted diluido en agua tres partes iguales de arena, grava (confitillo) y cemento rápido, de preferencia blanco, dentro de un recipiente apropiado, batiendo el todo hasta que forme una pasta espesa y homogénea. Si es preciso, pida el consejo de un albañil experimentado. Tome un molde rectangular de esos que pueden adquirirse fácilmente en el barrio, o improvise usted mismo una adobera con tablas de pino sin cepillar, por que resulta más barato. Sea precavido y deje un margen de diez centímetros de cada lado para que ella pueda caber holgadamente. Usted sabe las medidas de memoria: tanto más cuanto de pies a cabeza, tanto menos cuanto de busto, cintura y caderas. no hace falta la tapa.



Acuérdese de los vendajes, por que ahora va usted a momificarla sin embalsamamiento previo. Use la banda ortopédica enyesada de cinco centímetros de ancho y conforme a las instrucciones que vienen en el paquete humedézcala y empiece por la punta de los pies siguiendo el método de la dieciochava o más bien décimo-octava dinastía faraónica, procurando que el conjunto quede lo más apretado posible: la crisálida en su capullo eterno que ya no podrá volar más que en su memoria, si usted puede permitirse ese lujo. Cuando el yeso esté completamente seco, lije toda la superficie hasta que casi desaparezcan los bordes superpuestos de las bandas. Dele una mano gruesa de sellador instantáneo, con brocha de dos pulgadas, común y corriente. Después aplique con pistola de aire, o en su defecto, con brocha de pelo de marta, varias manos de laca epóxica, que es dura como el cristal. Una vez que ha secado, gracias a sus componentes, en cosa de minutos, cerciórese de que no quede poro alguno al descubierto, de tela ni yeso. El todo debe constituir una cápsula perfectamente hermética, donde no puedan entrar ni la humedad ni las sales del cemento.



Llene ahora el molde hasta una tercera parte de su altura, más o menos, y póngase a reposar un rato para que la masa repose también. Medite entonces si puede acerca de lo largo del amor y lo corto del olvido o viceversa. cuando ella, usted y la pasta hayan adquirido la suficiente firmeza, coloque el cuerpo dentro del molde con la mayor exactitud. Una vez calculada la resistencia de los materiales empleados, vierta sobre ella el resto del concreto fresco, después de agitarlo muy bien.



(Aquí se recomienda arrodillarse y modular una canción de cuna con trémolo bajo y profundo, o el salmo penitencial que más sea de su agrado.)


Si es posible, hay que utilizar un vibrador eléctrico. Si no, plana y cuchara. Antes de que ella desaparezca para siempre, usted puede, naturalmente, darle el último adiós. Sobre todo para comprobar que sus labios y sus ojos ya no le dicen nada, debidamente vendados y amordazados como están.


Cuando el molde esté a punto de desbordarse, déjelo a la intemperie y váyase a dormir bien abrigado por que tendrá que madrugar.


Al día siguiente y antes de salir el sol, cave una fosa al ras del suelo a la entrada del jardín, justamente en el umbral, y ponga en ella el lingote de cemento, sirviéndose para el traslado solitario de plataforma, cuerdas y rodillos. Con piedritas de río o teselas de mosaico italiano, puede hacerse una verdadera obra de arte, según el gusto de cada quien: la palabra Welcome es la más aconsejable, siempre que esté rodeada de flores y palomas alusivas, para que todos la entiendan y la pisen al pasar.


Precaución: procure, en la medida de lo posible, que la policía no ponga los pies sobre esta lapida amorosa hasta que la superficie esté completamente seca. Y si lo interrogan, diga la verdad: Ella se fue de la casa en traje sastre, color beige y zapatos cafés. Llevaba una cara de pocos amigos y aretes de brillantes...

Para entrar en el jardín
Juan José Arreola

domingo, 9 de enero de 2011

Algunas reflexiones...


La vida, como la malévola criatura que es, parece que siempre ha gustado de hacernos creer que vivirla resulta divertido, que vale la pena, dicho en un sentido práctico. Quizá esto lo hace con la finalidad de que entremos en su juego de estafas y absurdas artimañas, en ese laberinto Pavloviano de condicionantes y determinantes, de falsas libertades, de ideales delimitados. Aún no me he dado el tiempo de sentarme a reflexionar, al menos por un minuto, cómo llegué a este punto en que me he desencantado de todo. Tal vez llegará el momento en que sin duda alguna me encontraré frente a frente con ésta angustia que he logrado recluir en esas áreas oscuras del pensamiento, aquellas que seguramente un psicólogo con el suficiente buen colmillo no despreciaría –por el morbo que en cada uno de estos seres habita y que gustan de enmascarar de “buenas intenciones”– escudriñar. No obstante, siempre me he regodeado de la innata capacidad que tengo para escabullirme de esos diablillos que siempre sugieren una apretadita de tuercas. Además ¿Por qué razón habría yo de querer entablar relación con mi yo interno? ¿Qué acaso no basta con saber que este yo que vive, esta ya, demasiado cercenado como para seguir perforándolo con clavos de lamentos con olor a falsos arrepentimientos? ¿No he disfrutado de ser todo un malviviente, degenerador de gentes de buena monta, claustrofóbico del mundo, canalla de postgrado, y cualquier otro atributo que se le quiera bien infundar a mi persona, como para encima, caer en cuenta de que en algún lugar dentro de mí, habita un paria diez veces más corrompido que yo? Sería como pretender que todo tiene arreglo, que las cosas de un momento a otro se solucionaran, que esta carcomida existencia despegará del asfalto en el que se encuentra incrustada… ¡a la mierda con esas malditas ganas de vivir!, si no me he suicidado es porque tengo la certeza de poder hacerlo cuando se me da la maldita gana, entonces ¿cual sería la razón para apresurar la única satisfacción que me queda? Con la excepción de algunos cuantos, todos los pseudo-intelectuales que me rodean, son una plaga, parásitos, estúpidos petulantes que pretenden realizarse, atándose, creando múltiples apegos que no producen otra cosa en mí, que fortalecer las ganas que tengo de vomitar en ellos, en sus apegos. Dan ganas de saltar sobre ellos y molerlos a palos, por sus ridículas ganas de ser alguien, por pretender que con el paso de los años la gente madura y adquiere un status que debe perpetrar hacía un ciclo cósmico de inacabable putrefacción, y que en dicha podredumbre radicará la llave que nos abrirá en cualquier momento las puertas del la gloria. Materialistas ignominiosos, caguengues chovinistas de aparador que creen que algún día saldrán ángeles de mármol de su inmundo culo. Cada vez el mundo se llena de más mierda, el arte es mierda, los valores, y las morales se han vuelto mierda, la sociedad se ha convertido en mierda, el ser humano se ha transformado en un cerdo coprófago. Los animales tienen más sentido de la estética que nosotros.


El ser humano es la perdición de todo sentido natural, de todo sentido del devenir… de todo verdadero crecimiento. Me siento más apegado a la tierra, a la naturaleza, a ese ciclo que nos permite re-crearnos, re-nacer, re-surgir. Es como si supiera cada quien en donde es ese lugar al que verdaderamente pertenecemos, como si todos y cada uno de los pasos que damos a lo largo de nuestras vidas, cobraran una forma geométrica que todos conocemos, que esta impresa en nuestras mentes, pero que hemos olvidado. Es necesario volver a ser parte de esa forma primigenia, de re-unirnos con esa fuente mística que permite que “seamos”, para encontrar nuestra verdadera y única individualidad. Podemos quizá evadir esa obligación que nos ha sido conferida y seguir pernoctando en este lugar sin siquiera llegar a sentirnos parte de él. Podemos seguir en la apatía, podemos dejar que la pereza supla nuestras obligaciones, podemos dejar que la decidía invada nuestros pensamientos, podemos “elegir” llevar una vida de esteta, sin olvidar jamás, bajo ninguna circunstancia, que esto conlleva una gran responsabilidad. Debemos tener muy presente que elegir, no elegir, también es una elección.


Bienvenidos sean a este mundo intolerante.

lunes, 3 de enero de 2011

Xavier Velasco - Puedo explicarlo todo


El pasado mes de diciembre, me interné en varias lecturas, una de ellas fue El orden alfabético, de J.J.Millás, libro que me sorprendió gratamente y del cual hice los comentarios pertinentes en Sembradío de Letras, blog en el que participo. Nunca había leído nada de este autor español y este primer encuentro me pronostica muchos más. Otra de ellas es una antología general de Pablo Neruda, dicha antología no la he terminado, porque la poesía no se puede leer de corrido, no es una novela, a la poesía hay que dejarla florecer en la dermis. Leer un par de poemas al día, algunas veces basta con unos cuantos versos, para que detengamos la lectura y estiremos las piernas plácidamente, para dejar que la palabra eche raíz. Sin duda ya hay más de un verso en mi dermis -Cuánto te habrá dolido acostumbrarte a mí,/a mi alma sola y salvaje, a mi nombre que todos ahuyentan./Hemos visto arder tantas veces el lucero besándonos los ojos/y sobre nuestras cabezas destorcerse los crepúsculos en abanicos gigantes- entre otros. Cómo ya les había compartido, también revisé el texto de Yo no vengo a decir un discurso de Gabriel García Márquez, pero sin duda, la lectura que robó toda mi atención, fue Puedo explicarlo todo de Xavier Velasco, motivo por el cual estoy escribiendo esta vez.

No quiero detenerme a contar antecedentes literarios del autor, sobran referencias al respecto, me gustaría en su lugar, comenzar diciendo, que este escritor tiene en su pasado, un origen musical. Su primer texto se tituló: Una banda llamada Caifanes (ensayo) y de ahí, compuso varias canciones para La Lupita, grupo de rock mexicano de inicios de los 90’s. De ahí que toda su obra esté plagada de música, desde Iggy Pop hasta Tom Jones; que el gran número de sus lectores sean mujeres que, lejos de tratarlo con la reverencia con la que se suele tratar a los escritores (cosa que no está nada mal), a él se le da trato de rockstar, cosa que en lo particular me molesta un poco, y eso es debido a que, pienso que le restan seriedad su trabajo. Su figura, su manera de hablar, todo su porte, lo han llevado a ser más una celebridad que un escritor, esto lo digo, refiriéndome a su presencia en los medios, tanto en los convencionales, como en los electrónicos. Su blog está plagado de niñas que apenas escribe un par de palabras, le tiran los calzones, como si se tratara de Leonardo de Lozane o Saúl Hernández. A mí, en lo particular, lejos de todo ese mundo, me parece un extraordinario escritor, un tipo, que con su forma tan única de narrar historias, ha refrescado el lenguaje de maneras que todavía no alcanzamos a definir. Espero que la celebridad en la que los medios lo han convertido, no estorbe a la hora de evaluar su gran trabajo.

Puedo explicarlo todo podría de momento sonarnos un tanto/demasiado arrogante, pero no lo es en absoluto, lejos de ser una frase altanera, es la compra de valiosos segundos para escapar de un embrollo. Espero que nadie de los que lee este blog, haya sido nunca atrapado en un engaño, porque seguro a dicho estas palabras: te juro que no es lo que parece, puedo explicarlo todo. Esta novela, al igual que Diablo Guardián, nos presenta una historia de intriga, engaño y ambición. Joaquín Medina Félix, y me limito a darles solo ese alias, recién salió de prisión y no sabe quién diantres pagó su fianza y como no esta dispuesto a averiguarlo ni a agradecerlo, emprende el escape. Su intento de fuga no es muy largo, apenas un par de cuadras después ya esta frente a su sorpresivo benefactor, quién le comunica una serie de deudas morales, económicas y literarias –bueno, no exactamente literarias– que viene debiendo. Imelda, Eugenia, Dalila, Isaías Balboa, Domingo Balmaceda, Juan Pablo Palencia y más personajes, tienen deudas pendientes con Joaquín, y él no tiene ganas de saldar ninguna.

En este libro, Xavier Velasco, nos muestra la maestría narrativa que lo caracteriza. A lo largo de casi 800 páginas, toda la trama se irá desarrollando de a poco, sin prisa, todos los elementos se presentaran a su debido momento y nunca antes, provocando en el lector un suspenso formidable. La totalidad de esta tragedia (para uno de los personajes, no para todos) jugara con los tiempos, deambulara del pasado al presente casi irreverentemente. Las diversas voces entraran y saldrán de la historia casi a placer. Podrán incluso ausentarse durante más de 300 páginas, pero su reingreso será como una mina, apenas la pisen y volarán en pedazos. Una novela que no deja cabos sueltos, es completa, total, dicho en el sentido de Mario Vargas Llosa, de quién se sabe, Velasco es un gran admirador. Espero se dejen atrapar en esta nueva historia del oriundo de San Ángel (D.F.). Pero lo que si me atrevo a adelantar, es que disfrutarán aun más de la cadencia narrativa de Joaquín, Imelda, Gina y la pequeña y dulce Dalila, que de la trepidante estela de desastres que dejó atrás Violetta y Pig.