Nos
vemos apenas yo regrese. Un abrazo muy fuerte, Julio. Estas fueron las últimas palabras con las que Cortázar
se dirigió, a Eduardo, sí, pero también a todos los que lo seguimos, hace 3
años en Cartas a los Jonquières.
La materia inagotable de la pluma de Julio Cortázar sigue
fluyendo igual que un río profundo y denso. Su generosidad desborda los límites
del modelo del intelectual. Cercano, honesto, íntimo hasta la desgarradura,
comprometido con sus convicciones, Cortázar es siempre algo más que un
escritor: es un amigo, un hermano mayor que siempre escucha y –ahora más que
nunca– un maestro.
Clases de literatura: Berkeley 1980 es lo más reciente que ha surgido de esa enorme labor de
rescate que hace Carles Álvares Garriga con la obra de Julio Cortázar. En este
libro encontramos a un Julio pleno, dueño de la palabra, seductor en su
entonación y poseedor de una erudición descomunal. A lo largo de ocho sesiones,
Cortázar expone, así como se van dando los temas en una charla de café, todo lo
que sabe en materia literaria. No escatima: se brinda. No es egoísta: sabe
hablar pausadamente, pero sobre todo, sabe escuchar. No rehúye ninguna pregunta
y como todo buen conversador, encuentra en cada interrogante una invitación al
diálogo.
La transcripción que se hace de esas cintas –donde se
registraron las clases– es tan clara, que se pueden escuchar los silencios, las
risas ocasionales, el chasquido de los cerillos al encender el cigarro: las
cucharas al revolver el azúcar en el café.
De la maestría de la pluma de Cortázar nada queda por
descubrir, mas ahora se confirma en su forma oral su procedencia. Es un hombre
reflexivo: piensa antes de hablar. No se regodea con el sonido de su voz,
antes, acusa impaciencia por su turno para escuchar.
Cada nueva línea que aparece de Cortázar genera
admiración, sorpresa y sí, devoción. A través de este libro, ahora se
multiplica el número de asistentes que tomaron el curso, que apegado a su
estilo, nos permite conocer de manera más cercana el origen de muchos de sus
textos. Nos encontramos –por citar algún ejemplo– con el nacimiento inmortal de
Continuidad de los parques. Cortázar
es incapaz de asumir un discurso teorizante, en lugar de eso, aborda cada tema
con lecturas en la mesa. Se descubren autores, cuentos, poemas, en sus clases.
Asistimos –esa es la palabra adecuada– a lecturas más que a clases.
Para todo aquel que sigue la obra del argentino, este
libro será inagotable. Como todos los demás, invita –reta– a la relectura. Es
también un libro para todos aquellos que quieren aprender un poco más sobre la
literatura y sus hilos, pero sobre todo para aquellos quienes amamos el oficio
de leer.