En otra entrega en el buzón de las grandes letras, le toca de nuevo a Cortázar. Como ya se habrán dedo cuenta, tengo una afición enorme por el escritor argentino, que ya poco le falta para rayar en la adicción. No niego que casi todas mis lecturas empiezan y terminan con Julio, siempre es una agradable forma de empezar el día, ya sea con el manual de instrucciones, ya con alguno de sus cuentos o poemas. Octavio Paz es otro de mis escritores preferidos, sobre todo su hermosa poética, para muestra, apenas la semana pasada, les compartí uno de sus poemas más hermosos -la genialidad desbordada en pocas líneas- titulado La Calle. Y pues en la navegabundeada (que pedo con ese verbo que me acabo de inventar) me encontré con esta carta que se escribieron por el 56, mientras Julio radicaba en París y Octavio era embajador de México en la India, además existe un video del encuentro posterior y un poco adelantado en la presente carta, sin más les dejo el texto y el video:
Mi querido Octavio:
Acabo de terminar la lectura -y en gran parte la relectura y hasta la archilectura- de El arco y la lira. Quiero escribirle ahora mismo estas líneas cuyo desaliño me será perdonado en nombre del entusiasmo que las motiva. Conste, para empezar, que me jacto de algunas lecturas en el terreno de la poética, un poco porque vivir en Francia significa vivir en el horno central de estas actividades, y otro porque en mi tiempo fui también culpable (sé por qué me califico así) de ejercicios de ese orden. Todo lo que siento frente a su libro no es, pues, producto de un descubrimiento o una revelación. Muy al contrario, he reconocido muchas veces las influencias (las que van por debajo, las aguas profundas) y he coincidido o no con las intenciones que le dictaban a usted su texto. Le digo esto para que tenga la seguridad de que mi entusiasmo, mi admiración y mi alegría frente a su obra no son actitud de novicio sino de reconocimiento –por fin– de un trabajo profundo y completo sobre algo que es con mucho uno de los fuegos centrales, si no el mismísimo fuego central del hombre.
Octavio, yo creo que usted ha mostrado en su libro lo que me parece ser la característica más profunda del pensador, del ensayista latinoamericano –y muy en especial del mexicano y el argentino–. Me refiero a esa posibilidad que nos ha sido dada (y de la que todavía hacemos poco uso) de conocer y de explorar un tema desde todos sus ángulos, sin la reducción inevitable a un modo de pensar, a una cultura dada, que es el signo fatal de los trabajadores europeos. Leyendo su libro pensé muchas veces en el análogo del abate Brémond (y los ensayos colaterales escritos por Robert de Sousa y otros), y pude darme cuenta una vez más hasta qué punto el ámbito cubierto por usted, por su manera de pensar derivada de un aprendizaje y una experiencia mucho más universal, se traducía en resultados infinitamente más profundos y fecundos. (...)
Yo creo que de todo su libro lo más hermoso es la primera parte, es decir, los capítulos correspondientes a “El poema” y a “La revelación poética”. Lo que usted ha descubierto sobre el ritmo me parece magnífico. No sé si “descubierto” es la expresión justa; lo es, al menos, por lo que a mí se refiere, porque después de leer miles de páginas sobre el ritmo, no encontré jamás una intuición como la que usted señala y explora: la de que el ritmo es sentido de algo, y que no es medida, sino tiempo original. Y visión del mundo, e imagen del mundo (...)
He hecho la experiencia de mostrarle unos pasajes del capítulo “Verso y prosa” a un excelente amigo español que vive metido en el mundo de las ideas recibidas, y me ha producido un placer no poco perverso verlo quedarse absolutamente estupefacto frente a la noción del carácter artificial de la prosa comparado con el manar natural del lenguaje rítmico, poético. Es que todavía se enseña y se seguirá enseñando en las escuelas la proposición contraria; en ese sentido, todo su libro tiene un valor de choque.
Gracias, Octavio, por mandarme su obra, y escríbame alguna vez diciéndome en qué anda y si piensa darse una vuelta por París. Creo que a fines de octubre me voy a la India con la Unesco. Aprovecharemos mi mujer y yo para quedarnos un mes y medio y ver todo lo que podamos en tan poco tiempo.
Mi mujer no lo conoce pero lo tiene ya por amigo querido. Y yo le mando todo mi afecto y un gran abrazo,
Julio Cortázar.
Acabo de terminar la lectura -y en gran parte la relectura y hasta la archilectura- de El arco y la lira. Quiero escribirle ahora mismo estas líneas cuyo desaliño me será perdonado en nombre del entusiasmo que las motiva. Conste, para empezar, que me jacto de algunas lecturas en el terreno de la poética, un poco porque vivir en Francia significa vivir en el horno central de estas actividades, y otro porque en mi tiempo fui también culpable (sé por qué me califico así) de ejercicios de ese orden. Todo lo que siento frente a su libro no es, pues, producto de un descubrimiento o una revelación. Muy al contrario, he reconocido muchas veces las influencias (las que van por debajo, las aguas profundas) y he coincidido o no con las intenciones que le dictaban a usted su texto. Le digo esto para que tenga la seguridad de que mi entusiasmo, mi admiración y mi alegría frente a su obra no son actitud de novicio sino de reconocimiento –por fin– de un trabajo profundo y completo sobre algo que es con mucho uno de los fuegos centrales, si no el mismísimo fuego central del hombre.
Octavio, yo creo que usted ha mostrado en su libro lo que me parece ser la característica más profunda del pensador, del ensayista latinoamericano –y muy en especial del mexicano y el argentino–. Me refiero a esa posibilidad que nos ha sido dada (y de la que todavía hacemos poco uso) de conocer y de explorar un tema desde todos sus ángulos, sin la reducción inevitable a un modo de pensar, a una cultura dada, que es el signo fatal de los trabajadores europeos. Leyendo su libro pensé muchas veces en el análogo del abate Brémond (y los ensayos colaterales escritos por Robert de Sousa y otros), y pude darme cuenta una vez más hasta qué punto el ámbito cubierto por usted, por su manera de pensar derivada de un aprendizaje y una experiencia mucho más universal, se traducía en resultados infinitamente más profundos y fecundos. (...)
Yo creo que de todo su libro lo más hermoso es la primera parte, es decir, los capítulos correspondientes a “El poema” y a “La revelación poética”. Lo que usted ha descubierto sobre el ritmo me parece magnífico. No sé si “descubierto” es la expresión justa; lo es, al menos, por lo que a mí se refiere, porque después de leer miles de páginas sobre el ritmo, no encontré jamás una intuición como la que usted señala y explora: la de que el ritmo es sentido de algo, y que no es medida, sino tiempo original. Y visión del mundo, e imagen del mundo (...)
He hecho la experiencia de mostrarle unos pasajes del capítulo “Verso y prosa” a un excelente amigo español que vive metido en el mundo de las ideas recibidas, y me ha producido un placer no poco perverso verlo quedarse absolutamente estupefacto frente a la noción del carácter artificial de la prosa comparado con el manar natural del lenguaje rítmico, poético. Es que todavía se enseña y se seguirá enseñando en las escuelas la proposición contraria; en ese sentido, todo su libro tiene un valor de choque.
Gracias, Octavio, por mandarme su obra, y escríbame alguna vez diciéndome en qué anda y si piensa darse una vuelta por París. Creo que a fines de octubre me voy a la India con la Unesco. Aprovecharemos mi mujer y yo para quedarnos un mes y medio y ver todo lo que podamos en tan poco tiempo.
Mi mujer no lo conoce pero lo tiene ya por amigo querido. Y yo le mando todo mi afecto y un gran abrazo,
Julio Cortázar.
París, 31 de Julio de 1956