Después de releer por no se cuantas veces Rayuela, me di cuenta de que hemos perdido uno de los placeres más exquisitos y refinados que existen: el de la armoniosa palabra. La simple lectura en voz alta del capitulo 68 es capaz de producir un torrente de sensaciones, todas ellas majestuosas. Aquí lo reproduzco:
“Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes. Cada vez que él procuraba relamar las incopelusas, se enredaba en un grimado quejumbroso y tenía que envolusionarse de cara al nóvalo, sintiendo cómo poco a poco las arnillas se espejunaban, se iban apoltronando, reduplimiendo, hasta quedar tendido como el trimalciato de ergomanina al que se han dejado caer unas fílulas de cariaconcia. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se tordulaba los hurgalios, consintiendo en que él aproximara suavemente sus orfelunios. Apenas los extrayuxtaba y paramovía, de pronto era el clinón, la esterfurosa convulcante de las mátricas, la jadehollante embocapluvia del orgumio, los esproemios del merpasmo en una sobrehumítica agopausa. ¡Evohé! ¡Evohé! Volposados en la cresta del Aurelio, se sentían balparamar, perlinos y márulos. Temblaba el troc, se vencían las marioplumas, y todo se resolviraba en un profundo pínice, en niolamas de argutendidas gasas, en carinias casi crueles que los ordopenaban hasta el límite de las gunfias.
La prosa actual es apresurada, carece de esta maestría, de esta vivacidad en que las palabras no son sólo palabras sino peces con alas de mariposa que nos conducen a parajes desiertos de oleos y jazmines. Pocos son los escritores contemporáneos que no tienen prisa por contarnos una historia que creen importante, al menos lo suficiente como para ser escrita. Han olvidado la sensibilidad de la palabra, el tiempo de la misma y nos atiborran de artículos, sinónimos, adjetivos que no llevan a ninguna parte. Cómo ansío, pero ansío de verdad, encontrarme con un escritor moderno que no crea poseer un virtuosismo lingüístico y que se olvide de toda metáfora y de toda metafísica simplista, que vuelva a la musical palabra, a la gramática sencilla y nada pretenciosa. A las historias que no cuenten nada pero que se disfruten al leer.
Mas no me gustaría que se mal interpretarán mis palabras suponiendo que exijo que haya un Cortázar en cada escritor, sería injusto para ellos, pues Cortázar fue demasiado Cortázar como para que haya otro. Nada de eso, simplemente espero que alguien se atreva a alejarse de los temas crepusculares y pretenciosos del hombre y que retornen a la sencillez, a la simplicidad intrincada de una historia donde un hombre ame a una mujer y quizá, tal vez, esa mujer también pueda querer a ese hombre. Que sean las palabras de ambos los que enamoren al lector y que el escritor participe también –por qué no- de dicho amor.